Con la conciencia repartida entre sentir y asimilar la experiencia, Eva María Marí regresó a Formentera después de un intenso mes en Tanzania. Esta mujer, que lleva desde 2015 haciendo temporada en la Pitiusa menor, embarcó hace un par de meses en dirección al continente africano con más de 45 kilos de ropa, calzado, material escolar y diferentes pinturas como acuarelas, acrílicos o tintas.
Esta artista jamás pensó que acabaría vistiendo con su arte las fachadas de algunos poblados africanos como Kiromo. «Muchos de los vestidos, telas y baberos fueron elaborados por activistas que participaron en la feria alternativa Balloona Matata», subrayó esta mujer afincada en Formentera desde hace años.
Provisiones
En total, el grupo que acompañó a Eva María Marí en esta aventura pudo transportar hasta Bagamayo, en la costa de Tanzania, cerca de 300 kilos de provisiones. «Fuimos seis personas de Valencia, de Argentina y de Suiza. Aunque estamos colaborando en un mismo proyecto, somos independientes, no formamos parte de ninguna entidad. Simplemente nos une el espíritu solidario», explicó esta artista a Periódico de Ibiza y Formentera minutos antes de trasladarse al mercadillo artesanal de La Mola para vender sus pinturas y toda su artesanía, como pulseras y collares. «El azul del mar turquesa de Formentera siempre está presente en mis cuadros», apuntó.
Sin duda, sus nociones artísticas y su experiencia como educadora, ha trabajado en las dos ‘escoletas' de la isla, fueron un pilar esencial a la hora de poder acercarse a los niños que viven en los poblados africanos que visitó junto al resto de compañeros. Según Eva María Marí, la primera tribu africana que descubrieron fue uno de los poblados de la zona más azotados por la escasez de agua y comida.
Una región que, según esta mujer, se mostró hostil con su llegada. «Los nativos nos acogieron muy bien, pero los gobernantes nos trasladaron su descontento, pese a querer ayudar», puntualizó.
Cuando llegaron a Kiromo, los voluntarios contemplaron cómo sus habitantes utilizaban un artilugio alargado, parecido a un mástil, para poder sacar aguas subterráneas sin necesidad de explotar el agua de las mismas crecidas. En este sentido, señaló que en esta zona existen 50 colonias que sufren la escasez de agua.
«Se contrataron a varios chicos que excavaron un agujero con las manos, un pozo dentro del pozo, para disponer de agua», explicó mientras rememoraba recuerdos de Tanzania. Asimismo, Eva María Marí apuntó que el tema de la pobreza realmente les sumergió en una auténtica tristeza al llegar.
Enseguida, estos corazones solidarios fueron testigos de grandes hambrunas, de la excesiva pobreza del pueblo у de la deficiencia de la educación en los niños.
«Fuimos a todos los colegios que pudimos para hacer entrega de todo el material recolectado antes de viajar», explicó esta artista. Relató que las aulas llegaban a albergar 200 niños, y que solo 50 menores tenían derecho a un pupitre, una mesa que, según Eva, tenía clavos colgando. «El resto de pequeños se sentaban en el suelo», puntualizó.
En este sentido, explicó que, además de utilizar uniformes rotos y andrajosos, tenían que andar dos horas con los zapatos agujereados hasta que llegaban al centro. «En material escolar llevamos hasta 270 kilos. También fuimos a un mercado de esta zona africana para comprar más provisiones», subrayó esta artista que acabó convirtiendo algunos poblados en un estudio de arte, pintando varios paredes a golpes de corazón.
Entre ellas, el pozo de agua excavado por los jóvenes nativos.
La aventura de ayudar
Además de estas obras de canalización de agua, los voluntarios se centraron cada día en darles de comer y, así, silenciar las grandes hambrunas que existían. Había veces, según Eva María, que se sentía abigarrada de una realidad que era cada día más intensa.
En este sentido, explicó que visitaron tres colegios, uno en Kiromo, otro en Morsi y otro centro en un poblado de Evai. «Estuvimos apoyando la educación de niños de 5 a 14 años. El recibimiento de los pequeños fue increíble», expresó con nostalgia. No obstante, relató que los adultos tenían más reparo con su llegada porque no entendían por qué estaban allí intentando ayudar. «Los alcaldes de los poblados querían esconder la realidad. El Gobierno no quería que ayudáramos», apuntó. Asimismo recalcó que sin la ayuda del traductor hubiese sido imposible poder comunicarse con los nativos. «Hablábamos en inglés o swahili, teníamos un traductor afortunadamente», subrayó.
Una vez asentada en Formentera, todavía sigue sin asimilar la tasa de pobreza extrema que existe en África y la imagen de los 300 niños sin zapatos que no son totalmente conscientes de la situación que viven. «Es muy reconfortante saber que, con la ayuda de gente de Tanzania, como Godwin y Salim, hemos podido poner nuestro pequeño granito de arena allí», explicó esta joven solidaria.
El dato
Próximo proyecto: reciclaje de plásticos en la India
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