Antonio y Loles en el bar Córdoba, ante el escudo de la familia Cruz y fotos del pueblo cordobés de Rute. | Toni Planells

Era el segundo domingo de mayo de 1979 cuando Francisco, ‘El Chelíes’, abrió su bar en pleno centro de Vila, en el número 62 de la Avenida España.


Un rincón de Rute en Ibiza

«Antes había sido una bodega y una agencia de viajes», recuerdan los clientes más veteranos como Julio. «A mí me pilló en plena feria de la Virgen de la Cabeza, en Rute, que se celebra cada segundo domingo de mayo», explica Julio mientras apura una copa de anís en la barra del Córdoba y señala algunas de las fotografías antiguas que decoran el bar: «en esa iglesia me bautizaron, aquella callejuela de allí ahora es una calle por donde pasan coches, esa es la catedral de Rute, que es más grande que la de Ibiza…».

Y es que el pueblo cordobés de Rute es también el pueblo de origen de ‘El Chelíes’ y, desde el primer momento, quiso rendir homenaje a su tierra: «todo lo que puedes ver colgado en el bar es de Rute», explica Antonio Cruz, hijo de Francisco y actual responsable del establecimiento.


Anís

«Rute es el pueblo del anís», añade Julio mientras apunta a los cientos de botellas de este licor que lucen en el bar. De entre ellas, Antonio alcanza una pequeña colección: «estas son las que el pueblo regaló a la Casa Real en cada una de las bodas reales; la caja es de la boda de los príncipes».
«Cuando se abrió el bar, la decoración era de los arcos de la Mezquita», insiste Antonio, subrayando el carácter cordobés del bar que abrió su padre en 1979 y donde «trabajamos en familia desde el principio: por aquí pasamos los cinco hermanos varones de los ocho que somos».


En familia

«Paco fue quien nos enseñó a Juan y a mí, que solo teníamos 14 y 15 años», explica Antonio, que matiza que «mi padre siempre fue albañil y nunca dejó su profesión; del bar nos ocupábamos nosotros, principalmente Juan y yo, con la ayuda de mi madre, María Luisa, y de un camarero, ‘El Bigotes’, que estuvo más de 15 años con nosotros». La evolución del bar Córdoba llevó al cambio de los arcos de la Mezquita con «la primera reforma que hicimos en 1982 con la excusa del Mundial de fútbol».

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La reforma definitiva del bar tuvo lugar con el cambio de milenio, tres años después de que, tras la jubilación de ‘El Chelíes’, el negocio pasara a manos de su hijo: «su mayor ilusión era que continuáramos con el negocio, y así fue». Un año después, en 2001, el fundador del bar Córdoba fallecía, satisfecho de ver que su negocio seguía adelante en manos de su familia. Aunque el perfil de la clientela nunca cambió —«siempre hemos tenido una clientela de clase trabajadora que, al terminar de trabajar, viene a tomarse una cerveza»—, el nuevo milenio y la última reforma trajeron finalmente una cocina al establecimiento.

«Hasta entonces, nunca hubo ningún tipo de oferta para comer, más allá de unos frutos secos; a partir de entonces preparamos tapas y bocadillos», explica Antonio sobre el trabajo de Dolores quien, además de ser su esposa, se encarga de la cocina desde 2007, «desde que, tras casi 20 años con nosotros, se jubiló Salvadora».

Poco después de la última reforma llegó la prohibición de fumar en recintos cerrados, lo que «abrió el abanico de clientes», tal como reconoce Antonio.


Tradición

«Aunque vivo en Portal Nou, vengo todos los días a tomarme una cerveza», explica Juanito, otro de los clientes veteranos del bar que destaca la limpieza del establecimiento además del buen ambiente. La limpieza es otro de los valores que subraya Ángel, cliente de toda la vida, quien enumera: «es limpio, es económico, tiene tradición andaluza y las tapas que prepara Dolores son extraordinarias».
«Yo tenía hasta las llaves del bar», asegura Toni, que vive en el portal continuo y «cada vez que saltaba la alarma bajaba a ver qué pasaba en unos tiempos en los que las alarmas saltaban por cualquier cosa». La familiaridad de este vecino con el bar le lleva a asegurar que «cada vez que necesitan alguna cosa siempre cuentan conmigo, no sé qué harían sin mí», bromea entre risas. Diego, quien vive en Can Escandell, visita el bar Córdoba a diario desde hace 30 años y resume su experiencia: «buen servicio, buena clientela y buen ambiente». Las tapas que prepara Dolores son otro de los puntos fuertes que destaca la clientela del Córdoba. «La de pulpo y la de lengua son mis favoritas», admite Antonio, quien asegura que no falta a su cita diaria «con la buena gente, las buenas tapas y una buena cerveza».
Rafa, que solo visita el bar cuando va a Vila por trabajo, aprovecha para desayunar un bocata de tortilla o de jamón.

Lina, pese a ser vecina de Vila, reconoce que «vengo a este bar desde hace ‘solo’ siete años, cuando me jubilé y lo descubrí por casualidad a través de una amiga». «Aquí se está como en casa», admite Lina, quien se considera «forofa del café» y justifica su visita diaria: «lo hacen delicioso».