Sa Capella empezó a construirse en 1721 por su proximidad a la legendaria cueva de Santa Inés, de misteriosos pasadizos subterráneos que dicen que llegan hasta Corona. La cueva es la iglesia paleocristiana más antigua de las Islas Pitiusas, con ceremonias que algunos eruditos datan del siglo IV. Es una gruta santa y algo escondida donde también pudieron refugiarse, y en no pocas ocasiones, muchos paisanos de San Antonio, para no perder la vida o la libertad cuando se daba aviso de una razzia de piratas berberiscos.
Hay mucha leyenda, encanto y misterio a su alrededor; y mucha devoción por Santa Inés. Ya se cuenta que la imagen fue traída por un barco cuyos tripulantes juraron que, si sobrevivían al temporal que amenazaba llevarlos a pique, regalarían la talla al primer puerto que arribasen. Este fue San Antonio, en la víspera de San Bartolomé del año 1300. Y aquí se quedó la Santa.
Cierta picaresca también se entremezcla tradicionalmente en lugar tan sagrado. Cuando siglos más tarde, al lado de la cueva santa, se empieza a erigir Sa Capella, posiblemente para albergar la imagen en un entorno más llamativo, de mayor dimensión y sobre la superficie, el nuevo templo tardaba en demasía en ser levantado. Las herramientas desaparecían como por arte de magia, los trabajos no avanzaban. Tal vez había un sortilegio, un encantamiento, tal vez la Santa no quería abandonar la gruta antigua… Pero lo más seguro es que los pescadores no deseaban rezar lejos del mar, pues ya tenían la iglesia de San Antonio y en la cueva también se celebraba misa, así que hicieron su particular boicot a los planes eclesiásticos y Sa Capella no llegó a consagrarse.
También el príncipe viajero y escritor, el Arxiduc Luis Salvador de Austría, fue a visitarla en su estancia pitiusa y dio cuenta de las trifulcas que provocaba la Santa entre sus devotos desde Corona a San Antonio. Hasta que el abad tomó una solución tan interesada como salomónica: haría dos copias y el obispado se quedaría con la auténtica.
Y de la misa a la mesa pasó a ser de propiedad particular en 1865, con las familias Can Basora y C´as Milà. La adquirió el cartero, natural de Santa Inés, que llevaba el correo en carro de San Antonio e Ibiza. Alegremente le dijo a su mujer «¡He hecho una compra!». Y su mujer respondió «¿Y ahora qué coño has comprado?». Historias de la Ibiza encantada en una época arcádica en la que el mismo Arxiduc destacaba la gracia, orgullo y señorío natural de los ibicencos.
El decorador Toni Riera me cuenta cómo, en su infancia, siempre veía a una amable señora mayor, vestida de payesa, y jugaba con ella. «Esa señora era la Tía Pepita», me dice Pepe Costa, de S`Varadero, quién junto a Vicente Roselló y Carlos Sorá abrió por vez primera el restaurante Sa Capella en 1978, después de habilitarlo y transformar los corrales de cabras, ovejas y gallinas en agradables rincones donde pronto se sentaría, tal vez con una ginebra Gordon´s, el rey marino Don Juan III que tanto gustaba de Portmany, donde contaba leales amigos como los hermanos Roselló; también acudían frecuentemente Julio Iglesias y Tony Pikes, y tantas personalidades nativas y forasters, políticos y coquetas, poetas y vividores, pintores y chicas Bond...
El mundo gira y la fauna metamorfosea voluble y voluptuosamente, pero la esencia hedonista y la buena mesa de este templo antiguo de alegrías profanas permanecen. Comensales de todo el mundo peregrinan a Sa Capella y, como me cuenta Inma de C´as Milà, sobrina de la Tía Pepita, siguen estallando copas de alegría, como las que sorprendieron a Tom Hanks, Bruce Springsteen y Sting (este último es bastante brujo), durante una cena en que dieron buena cuenta de los vinos de Rioja.
Grupo Mambo
Actualmente Sa Capella está bajo la dirección del grupo Mambo, y continúa la estela de templo de placer y alegrías profanas, altar gastronómico por el que pasan diversas gentes, canto a la buena mesa en un entorno privilegiado. Entre sus comensales hoy, como siempre, se cuentan reyes y artistas, divas y plutócratas.
Sa Capella semeja un oasis y es un placer zambullirse en su corriente hedonista y gritar alegremente: ¡Viva Baco! Pues la carta de vinos es ciertamente apoteósica, tal vez la mejor del paraíso ibicenco.
Y es un gusto ver que la comida acompaña al placer báquico debidamente, sin florituras o fusiones que camuflan estúpidamente el sabor de un buen producto. Tal y como decía Winston Churchill: Mis gustos son muy sencillos, solo me gusta lo mejor.
La gran protagonista es la brasa, —parrilla y horno de leña—, y con sabia razón todo gira a su alrededor. Desde las almejas de ría en salsa verde a las mollejas al limón, papada de porc negre, pulpo bicenco... Y, por supuesto, las carnes. En esta casa de Lúculo hasta el vegetariano más ascético caería fácilmente en la tentación de unos sabrosos pecadillos, del todo perdonables.
Pero como aseguraba Ernst Lubistch en la deliciosa comedia, Trouble in Paradise, si Cleopatra fuera a cenar con Casanova, la mejor forma de empezar tal cena memorable sería con un cocktail que capturase la luna misma. Y damos fe que el very Dry Martini es potente y mágico. En la terraza, con la sagrada luz del poniente portmanyí, dos ragazzas –Verona y Florencia— lo preparan con maestría. ¡Bravísimas! El rey de los cocktails estaba helado como la bala de plata capaz de acabar con el furor de un licántropo, y uno debía cumplir, como decía el propio Churchill, con una reverencia a la bella Italia.
Y alegra comprobar que tienen un cocktail en honor a la Tía Pepita. Lleva vodka, frambuesa, campari y chocolate blanco. Bueno y justo es brindar por tan entrañable señora.
Luego uno puede seguir en la terraza o meterse dentro del templo erigido den forma de cruz, fresco y antiguo, con una gran nave central y seis pequeñas capillas, con cocina a la vista y una colosal talla en olivo del artista Hormigo –Materia y Espíritu—, presidiendo lo que sería el altar mayor. En lugar de incienso o místicos cantos gregorianos encontramos aromas de romero, conversaciones íntimas a la suave iluminación, exclamaciones gozosas para un tipo de ceremonia sensual, gustosa, epicúrea, que celebra los placeres de la vida.
Pero es justo y necesario volver al vino. La selección es tan embriagadora como excelente, y el atento maître y sommelier, Mateo, conoce bien el tesoro que tiene entre sus manos. Si anunciamos que tanto el Château d´Yquem como un Valbuena Quinto Año pueden tomarse por copa, ya empezamos a saber por donde vamos. De la dorada y alegre Champagne («You are going in to my head, like the bubles in a glass of Champagne», que cantaba Cole Porter) nos encumbramos Dom Perignon, Cristal Roederer y Krug; del rey de los blancos como es el Montrachet de Borgoña a ese milagro tinto que es el Cheval Blanc de Burdeos; o el ¡O`Brian!, o sea Haut-Brion, con su cuerpo potente y voluptuoso; y Margaux, y Lafitte, y Latour, y Petrus, y, ¡oh misterioso dios del vino, Dionysos con tus bacantes y piratas transformados en delfines!: La Tâche y la Romanée Conti…vinos que realmente elevan cuerpo y espíritu como elixir de eterna y afrodisíaca juventud, que de eso trata el vino, la bebida sagrada de nuestra civilización, donde gozamos de la espontaneidad y el individualismo, de tolerancia y libertad. La Historia nos demuestra que donde no hay vino, solo hay barbarie, así que mimemos las uvas doradas.
Vinos internacionales
También tienen referencias vinícolas de Italia, Australia, Chile, Eslovenia, Austria, USA, Nueva Zelanda…, como la clientela cosmopolita que acude a orar gastronómicamente al templo profano y sensual de Sa Capella. Pueden decantarse patrióticamente, si así lo desean, pero la muy diversa selección española es absolutamente irresistible y además juega en casa: Aalto, Vega Sicilia, Pingus, Pintia…; una amplia selección que haría las delicias del conde de Creixell, con sus queridos Murrieta y ¡ah, ese Castillo de Ygay!; también encontramos vinos de la tierra ibicenca, por supuesto, que junto al aceite oliva de Can Rich presentan la fuerza telúrica de la isla de Bes; y un Viña Arana Gran Reserva que es fabuloso testimonio de la Rioja Alta. Y esos vinos dulces, que pueden tomarse por copa como colofón al ágape, desde la joya de Sauternes al Spínola PX.
En semejante entorno la sobremesa se alarga gustosamente, llega el momento de encender la doble corona de un habano de Vuelta Abajo, y las conversaciones se tornan mágicas, el flirteo se hace más fácil, dones civilizados que permiten amar la vida en la eternidad del aquí y ahora.