Cuando se dice que en el norte de la isla se descubre la Ibiza más auténtica no es en vano. No se trata sólo arquitectura, folklore o patrimonio, sino que la tradición se impone con un carácter natural. Sentimiento y Fe se viven en una jornada en la que se contiene la respiración, se derraman lágrimas y se contempla la versión de una Ibiza que se resiste a desparecer.

El nerviosismo se apodera de las ‘empliades’ momentos antes de penetrar en el templo, pues su tarea es la de acompañar a la Virgen en su momento más doloroso, ataviadas con la tradicional ‘mantellina’. Las obreras ayudan a colocarlas debidamente bajo la supervisión de Antoñita den March, una experta miquelera en ropajes tradicionales que verifica la corrección de tan singular prenda.

La mantellina

Esta prenda tan peculiar de lana blanca bordeada con un ribete negro es una prenda exclusivamente de luto. Sant Miquel ha sido el único pueblo de Ibiza que ha conservado su uso de modo ininterrumpido para acompañar a la Virgen de los Dolores el Jueves Santo. Antiguamente, existían ‘mantellines’ de seda y otros tejidos en distintos colores que se usaban para cubrirse el pelo a la hora de ir a misa. En cambio, la prenda que usan las de Sant Miquel sólo debe vestirse para acompañar a la Virgen de los Dolores en señal de luto, intimidad y recogimiento. Usarla en una festividad o para el ball pagès es cuanto menos un sacrilegio que no guarda el menor rigor histórico ni alberga sentido alguno. Así lo sentenciaba Joan Castelló en 1972, señalando que era «un error mayúsculo» imaginarse una payesa ibicenca luciendo la «mantellina» en un baile.

Los distintos informes que se han emitido para la inminente declaración de los ‘passos’ de Sant Miquel como Bien de Interés Cultural también redundan en el carácter de luto de la prenda y su uso exclusivo en procesiones, significando que lucirlo en cualquier otro contexto es un capricho carente de rigor. En algunos pueblos como Jesús, Sant Jordi o San Mateu se han sumado a esta tradición de Semana Santa, luciendo con acierto la «mantellina» el Domingo de Ramos para procesionar con la Virgen. Desafortunadamente y de modo incomprensible, en algunos otros lares de la isla la lucen desde hace algunos años el día de la festividad del pueblo, sin que tal afrenta sea una tradición y más bien signifique desnaturalizar el sentido y el uso de esta prenda.

Para su correcta colocación, debe cubrir íntegramente la cabeza hasta tapar parcialmente la frente, sin dejar el pelo a la vista. La ‘mantellina’ va sujeta con una serie de pliegues y agujas que la sostienen en la forma debida. Según las vecinas de mayor edad que instruyen a las más jóvenes sobre el modo indicado de llevar la prenda, las portadoras o ‘empliades’ deben sujetarla con los dedos en sus extremos y unirlos para cubrir el pecho. Es decir, no basta con apoyarla sobre la coronilla y dejarla caer de cualquier modo, sino que debe ir bien sujeta con pliegues y agujas hasta alcanzar la frente.

En la década de 1950 todavía se lucía la ‘mantellina’ con el tradicional vestido de payesa, aunque conforme ha desaparecido el uso ordinario de dichas vestiduras, en la actualidad se luce con una blusa blanca y pantalones o falda negra para acentuar el carácter de luto. Antiguamente, eran 24 las ‘empliades’ que tenían el privilegio de acompañar a la Virgen, aunque en esta ocasión son 20 las encargadas de lucir su imagen por las calles del pueblo.

Los ‘passos’

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En la misa que preside el presbítero Don Álvaro Enrique González, se conmemora la última cena de Jesús con sus discípulos. Así, el cura lava los pies a los obreros de la parroquia como antaño hiciere el Señor en otro de sus alardes de humildad. Tras ella, los feligreses que abarrotan el templo tienen ocasión de contemplar la majestuosa Casa Santa que han dispuesto los obreros en la capilla de Rubió con magistral talento y delicadeza y que permanecerá allí tan sólo 24 horas, hasta finalizar la misa del Viernes Santo. Su esfuerzo se desvanece fugazmente, aunque queda en la retina la impactante escena custodiada por dos jóvenes que portan sendas escopetas (descargadas) en señal de respeto y protección del Santísimo.

Es la hora nona, el momento de la muerte que da paso a la vida. Don Álvaro se reviste con su fastuosa capa pluvial para iniciar la procesión del Viacrucis por las catorce estaciones. Los obreros cargan con la imagen de Jesucristo en la cruz, mientras le sigue la Virgen con una mirada que mezcla la conmoción, el dolor y la incomprensión de una madre que contempla la pasión y martirio de su hijo que muere para dar la vida. A ella la sostienen las valientes ‘empliades’, encargadas de acompañarla en su llanto y de mantener una tradición ancestral que en Sant Miquel cobra una especial relevancia que sirve de ejemplo para el resto de localidades que han recuperado esta tradición.

Un silencio mortuorio y un cielo que también se nubla de luto decoran la tétrica escena. Todas las miradas se dirigen a las jóvenes portadores y a los diez cantadors. Éstos van uniformados con corbata negra y un semblante serio, mostrando el debido respeto que merece el sacrificio al que rinden pleitesía. Capitaneados por David de Can Maimó, la Esquadra des Amunts canta con fuerza y precisión el relato del Viacrucis. Sus pulmones se hinchan de aire y orgullo, para entonar el La Mayor con el que enmudecen a los atentos vecinos que no quieren perderse este canto ancestral. Tras ellos, el coro de la parroquia entona el célebre «per vostra passió sagrada, adorable Redemptor, perdonau altra vegada aquest poble pecador».

Sant Miquel es el único lugar de las Pitiusas que ha conservado el canto de los «passos» de manera ininterrumpida, de ahí que otras parroquias hayan hecho adaptaciones de los mismos o hayan recuperado esta tradición con una melodía distinta. Es por este motivo que los de Sant Miquel serán declarados Bien de Interés Cultura, tras obtener todos los informes favorables necesarios para ello. Esta bella tradición engloba no sólo el canto de las XIV estaciones del viacrucis, sino también el lustre que aportan las «mantellines» en señal de luto.

Tras volver a subir por Can Xicu, la plaza de la iglesia, donde aguarda también el mac de fer trons, se queda pequeña para albergar a la muchedumbre en silencio que aguarda ansiosa por vivir el momento álgido de la tarde. Colocados en círculo en el pórtico de la iglesia, los cantadors entonan el «Amunt Germans» o «Himne de la Perseverança», que desata las pasiones contenidas durante toda la procesión, generando lágrimas y aplausos a partes iguales. Esta obra con letra del clérigo Ramón Bolós y música del padre Antoni Massana compuesta en 1925, da sentido a ese certero enunciado de San Agustí: «quien canta, reza dos veces».

El crepúsculo se cierne sobre Sant Miquel, dejando una nueva huella de Fe, calidez, humanidad y respeto. No es necesario creer para entender, pero sí es necesario creer para volver a vivir.