Ayer, en Sant Josep, me topé con dos turistas muy enfadados. Al ir libreta en mano por entre los puestos de artesanía agolpados con motivo del Día de Balears, ambos dedujeron rápidamente que podía ser periodista y acudieron a mí para explicarme que no habían tenido más remedio que deshacerse de un libro que les habían entregado porque no entendían nada de lo que ponía. «Está escrito en catalán, ¿usted cree que se puede tratar así a un turista?». La verdad, al principio no supe qué contestarles ante tal afrenta y les expliqué que se encontraban en una isla donde la gente habla catalán. Para intentar sacarme de mi estado de shock me contaron que «hasta en Portugal» entregaban folletos en cinco idiomas. Les intenté explicar que si algún día viajaban a alguna ciudad extranjera como Londres o París lo más normal sería que se toparan con libros escritos en inglés o en francés, pero mi explicación fue en vano ya que ninguno de los dos tenía la intención de entender que en su país hay gente que habla más de un idioma. «¿A que si tú vas a Salamanca entiendes lo que te dicen?». Ante tal argumento no tuve más remedio que pedirles perdón de rodillas por haber aprendido la lengua de mis antepasados, jurarles que, si estaba en mi mano, nadie volvería a ofrecerles ningún documento que no estuviera escrito en castellano y darles las gracias por haberme dado la oportunidad de conocer la lengua de Cervantes. Lo que no entiendo es cómo fueron capaces de llegar a Sant Josep si todas las señales viarias están escritas en catalán.