A finales de los años 70 publiqué un reportaje extenso y muy ilustrado con fotos a todo color en el semanario Interviu. Se titulaba ‘Cuando el arte es una mierda’ y era en sentido literal: en la galería Latina de Palma uno grupo de jóvenes ácratas confeccionaron en papel maché policromado una alegre muestra de heces de distinto tamaño y textura.

No tendría mayor recorrido de no ser porque últimamente no pocos tratadistas y críticos de arte están mostrando su cansancio y repulsa ante la proliferación de obras de corte conceptual. Yo entre otros. Pero yo lo dejé a finales de los años 90, cuando entregué a la enciclopedia gran parte de mi archivo para que ellos desarrollaran las biografías. Y dejé de pagar mi cuota a la Asociación Internacional de Críticos de Arte. Ya no creía ni creo hoy en la mayoría de obras que se presentan al público. No vale la pena seguir la farsa ni hacerles de claque.

Entre tanto espanto expuesto en bares y salas improvisadas de Ibiza suele haber algún talento en la pintura, escultura o cine. Bueno, ya lo descubriremos. De hecho incluso he dejado de escribir libros y monografías si no es de algún artista en el que yo crea y admire y recuerdo que el último lo dediqué a Antonio Villanueva.

Ibiza sigue con su infatuación exhibicionista, más propia del espectáculo –donde a menudo se colocan buenos artistas para poder sobrevivir. No es muy alentador.

La crítico de arte mejicana Evelina Lésper lleva unos años revolucionando el ambientillo artístico porque denuncia como auténticas estafas las obras de artistas famosos, sobre todos algunos artífices de videos, instalaciones y happenings, lo cual enfurece a galeristas, museos y grandes coleccionistas. Pero tiene gran parte de razón.

Ahora mismo en Madrid, Albert Boadella presenta su última obra teatral sobre Picasso, «una auténtica mierda y el Centro Reina Sofía un tanatorio de las artes». Albert es demasiado listo y matiza que Picasso era un gran pintor, pero se traicionó a si mismo. Es un debate abierto.