El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Europa Press - Alberto Ortega

España sufre un descalabro en el Indice de Percepción de la Corrupción, cosas de la «decencia» que pretendía traer un sanchismo de tesis fake, cum laude en mafia, trile y fábrica de mentiras. La organización Transparencia Internacional nos coloca ya por detrás de Ruanda o Arabia Saudí, lo cual no deja de ser chocante. En Ruanda a los políticos corruptos se les invita a beber leche envenenada, medida tan drástica como efectiva; y el desierto árabe es tan grande que, a no ser que seas un beduino que sepa leer las estrellas, el corrupto desaparece y se ahoga entre espejismos de té a la menta.

La organización alerta de un aumento de corrupción en todo el mundo, pero la caída libre de España es tremenda en el año que el sanchismo celebra la muerte de Franco en la cama. Naturalmente que habrá influido comprobar cómo el presidente que pretende levantar un muro entre españoles, su mujer catedrática porque sí y captadora por lo demás, y todo un fiscal general del Estado, optan por callar como frutas (no decir ni mu, entiéndase) ante las preguntas de los jueces que osan investigarlos. Postura poco ejemplar pero perfectamente comprensible, tras escuchar el alucinante Do de pecho del hermanísimo musicólogo en su imputación particular.

Y la escandalosa amnistía –negada previamente— que mercadearon por siete votos para seguir mandando después de perder las elecciones; un Constitucional que desbarata resoluciones del Supremo y suelta a los amigos de los ERE; la corrupción plandémica con mascarillas inservibles y wasaps de romance monetario entre ministros, presis autonómicos, secretarios y cacos financieros, y un larguísimo etcétera mientras se demoniza a jueces y periodistas. Con semejante decencia progre, el sanchismo está más podrido que maduro.