Melania Trump.

Con ese sombrero a lo cordobés, a Melania solo le faltaba la fusta en la jura del nuevo césar del imperio. La belleza eslovena semeja la única capaz de poner firme a The Donald, quien de nuevo tiene al mundo en sus manos. Victoriosa ha sido su estrategia de prometer aquello que la people quiere oír (Julio César ya lo sentenció hace dos mil años: la gente cree aquello que desea); ha superado un bruto atentado (aunque muchos puñales siguen desenvainados) y ha dejado knock out a la tan perversa como pelmaza ideología woke, que amenazaba castrar la cultura del mundo civilizado. Y el clan Trump lo celebró a lo grande y sin disimulo, emitiendo una nueva criptomoneda, pues cash is King y están en la cresta de la ola para hacer negocio.

Por supuesto el gobierno sanchista critica la investidura del nuevo presidente yanqui mientras calla ante robo de la democracia en Venezuela. Pero tales contradicciones ya no sorprenden. Pedrito habla de la tecnocasta y de que viene el lobo horas después de haber asaltado Telefónica. A estas alturas toda España sabe que el lobo es Pedrito, un presidente que también tiene su clan para hacer negocios, incluso una mujer imputada, con o sin fusta, por la que se retira unos días como el cetáceo se va a una clínica detox.

La fundamental diferencia entre el clan Trump y el clan Sánchez es la hipocresía. Mientras el histriónico e imprevisible Trump asombra con sus trompetazos, agresivas negociaciones y nombramiento de allegados a cara descubierta, Sánchez va de puritano y predica con voz de sacristán nepotista, mientras hace todo aquello que prometió no hacer. Los lobos, mejor al natural.