Todas los días que puedo procuro escuchar a la gran periodista Marta García Aller en su sección La primera de la mañana del programa Más de Uno de Onda Cero. Sus opiniones me parecen tremendamente acertadas y, por lo general, antes de que me pase por encima la vorágine del día a día, siempre me hacen reflexionar sobre el mundo en el que vivimos y como, en muchas ocasiones, hemos de valorar lo afortunados que somos de haber nacido en este lado del mundo.
La de este 26 de diciembre no fue una excepción y aunque sé que la mayoría piensa que estamos en una época como Navidad, donde hay que transmitir mensajes de optimismo, paz, amor y fraternidad, no estaría de más que recordáramos que mientras aquí, en el mal llamado Primer Mundo, nos volcamos para decorar nuestras casas con adornos de todo tipo, luces, árboles o nacimientos, y compramos a nuestros hijos, sobrinos o familiares todo tipo de regalos para entregar en Nochebuena, en la franja de Gaza una niña llamada Shila moría de frío esa misma noche. Y es que al parecer, mientras muchos de nosotros derrochábamos alimentos y estábamos calientes en nuestras casas, al amanecer la llevaron al hospital Nasser, en Khan Younis, y allí le confirmaron a su padre que había muerto de hipotermia.
Les aseguro que no es una cuestión de buenquedismo como se dice ahora, ni de un intento de amargarles estas fechas tan bonitas. Ni tampoco de una llamada para que ahora todos nos volvamos locos y no celebremos la Navidad. Ni mucho menos. Solo se trata de que seamos conscientes que en un lugar no tan alejado de nosotros, un padre, desesperado ante los bombardeos indiscriminados de Israel desde hace ya 14 meses, había envuelto a su hija de apenas tres meses en una de las pocas mantas que le quedaban sin que pudiera mantenerla con vida. Y que para colmo, según Associated Press, otros dos bebés, uno de tres días y otro de un mes, han muerto de hipotermia en ese mismo hospital en las últimas 72 horas.
Y es que mientras nosotros disfrutamos viendo en Internet maravillosas estampas de ciudades preciosas llenas de nieve o las colgamos en las redes sociales para presumir de ello, hay otros lugares como Gaza donde el invierno es mucho más cruel. A escasos metros de donde se supone que nació Jesús, el niño que vino para cambiar la historia para siempre, algo menos de dos millones y medio de gazatíes intentan sobrevivir como pueden a pesar de que cada día tienen menos a lo que aferrarse en un territorio arrasado al que ya están llegando las hambrunas generalizadas. Dos millones y medio de personas, como usted y como yo, que tuvieron la mala suerte de nacer en un territorio donde Naciones Unidas sigue sin poder llegar donde más se le necesita porque las fuerzas de ocupación israelíes siguen negando el permiso para moverse por allí o bloqueando la entrada y el reparto de agua, alimentos o medicinas, o porque la anarquía y los robos en camiones no paran de crecer ante la desesperación que lo invade todo. Y es que por no tener, los habitantes de Gaza como el padre de la pequeña Shila, ya no tienen ni un simple sitio donde huir o donde ser atendidos por personal especializado.
No en vano, según lleva denunciando de forma periódica Médicos sin Fronteras, Israel lleva más de un año con «una campaña perfectamente organizada para deshacer el tejido social de Gaza con ataques aéreos, bombardeos o incursiones violentas dirigidas contra personal e instalaciones sanitarias y convoyes con material humanitario». Tanto que ocho médicos de la organización han muerto junto a muchos de sus familiares y se han tenido que evacuar urgentemente 17 centros médicos distintos, como el último hospital oncológico que quedaba en Gaza y que tuvo que cerrar en noviembre al quedarse sin combustible y tras haber llevado a cabo decenas de intervenciones quirúrgicas sin anestesia. Por ello, se calcula que desde mediados de octubre, «sólo 17 de los 36 hospitales de Gaza funcionan parcialmente, aunque los incesantes combates a menudo los ponen fuera del alcance de quienes los necesitan» mientras, además, según la organización «entre el cierre del paso fronterizo de Rafah, entre mayo y septiembre de 2024 sólo se autorizó la evacuación de 229 pacientes, lo que supone un 1,6% de quienes lo necesitaban en ese momento».
Y todo ello entre cruces de acusaciones de un bando y del otro. Siempre dirigidos por aquellos que, ajenos al desastre humanitario que se vive en la franja, cenan todas las noches en sus casas, calientes y junto a sus familias. Dejando cada vez más claro que hay demasiados intereses en juego que no permiten que se llegue a un acuerdo entre todos los involucrados en un conflicto que, como todos, cuando se volvió repetitivo y aburrido acabó saliendo del foco mediático. Como si no importara ya que aún haya más de cien rehenes israelíes que no han vuelto con sus seres queridos o que la gente siga muriendo en Gaza de hambre, frío o las armas del ejército sionista, hasta haber alcanzado ya, según el Ministerio de Sanidad de la franja, las terribles cifras de 44.000 palestinos muertos, 105.000 heridos y 1,9 millones de unos desplazados que intentan aguantar hacinados contra el frío en tiendas de campaña improvisadas y hechas con retales, mientras les falta el agua y los alimentos y sufren con cada vez mayor frecuencia enfermedades de la piel, infecciones de las vías respiratorias o diarreas mortales ya que tienen ningún tipo de vacuna.
Sí. Se que no es el momento. Que la Navidad es alegría. Que la Nochebuena y la Navidad son para pasarlas en familia. Y que el día de Nochevieja es para comer uvas, ver las campanadas, brindar por el nuevo año y pedir deseos y hacernos promesas de esas que nunca cumpliremos. Eso está genial y yo también lo haré porque me encanta estar con los míos… pero lo haré sin olvidar que no muy lejos de nosotros hay muchos que no tienen con quien estar o con qué brindar porque ya no les queda nada. Solo frío, miedo, muerte y desolación.