Hace apenas un mes me fui de vacaciones a Asturias en compañía de mi buen amigo y mejor compañero de Onda Cero Menorca Iván Martín. Una mañana, en un precioso pueblo llamado Tapia de Casariego, aproveché que tenía una playa urbana para mí solo para pegarme un bañito. El agua estaba menos fría de lo que me pensaba pero aun así fue un entrar y salir del agua relativamente rápido que, como suele pasar cada vez que se va con Iván a algún lado, quedó inmortalizado en un vídeo para consumo propio y de amigos y familiares cercanos. Un vídeo en el que si ustedes se fijaran bien, verían a un hombre de 46 años, muy entrado en carnes, que mide 1,70 y al que le sobran, así a ojo, unos 15 kilos. Un hombre que cuando entra en el mar más bien parece un león marino que uno de esos personajes estilosos y de buen ver que pueblan las playas de Ibiza cada verano.
No hay que negarlo. Yo estoy gordo y me sobran demasiado kilos, y aunque intento quitármelos, al final me gusta mucho más disfrutar de la vida que ponerle restricciones. Soy consciente de que no es sano y que debería cuidarme más, pero siempre me autocompadezco asegurando que si no hiciera todo el deporte que hago estaría en 100 kilos. Pero aun así, lo cierto es que cuando me pongo ciertas camisas, camisetas, jerséis o sudaderas, es mejor que no me fotografíen de perfil a riesgo de que el volumen de mi tripa se convierta en la gran protagonista. Pero sin embargo, viendo lo que se destila en España en los últimos tiempos, parece que recibiré menos ataques por mi físico que la humorista y actriz Lalachus o la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
Vaya por delante que el humor de Laura Yustres Vélez me ha cogido tal vez un poco mayor y que hay algunas de las cosas de las que hace que no comparto, pero eso no quita para que le mande desde estas líneas todo mi apoyo y admiración. De gordo a gordo. Incluso, si hace falta me hago una camiseta para salir por la noche en la que se pueda leer aquello de «Todos somos Lalachus» o «Yo estoy contigo, Lalachus» porque no puedo entender el nivel de idiotez que ha alcanzado la raza humana para criticar tan duramente su presencia en las campanadas de Nochevieja junto a Broncano únicamente por su físico, con comentarios como los de personajes de dudosa catadura moral, conocidos por sus bulos en las redes, y que aseguraron sin retractarse posteriormente, que esperaban «que esas 12 uvas sean para ella el comienzo de una vida saludable» o que «mejor que 12 uvas le den 12 minihamburguesas con sus salsas».
Desgraciadamente, no es la única personalidad pública que últimamente ha sufrido ataques por su cuerpo en esta cloaca en la que miles de cobardes pueden escribir lo que quieran amparados en la impunidad que da el anonimato. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, también recibió miles de críticas por el traje rojo que llevó el Día de la Constitución y en este caso más bien al contrario, ya que se criticaban «su cuerpo escombro», sus huesos de más o sus andares. Críticas que, por cierto, llegaban en muchos casos de parte de los mismos que defienden que no se haga lo mismo con la que nos gusta o no, en esa eterna doble vara de medir que sufrimos en nuestro país.
Y todo ello mientras tenemos en cuenta que por una extraña razón parece que a nadie le importaron nunca los kilos de más del cocinero Alberto Chicote o los de Ibai Llanos cuando han presentado las campanadas. Como si nunca hayan importado las barrigas, las calvas, los pelos en el pecho o los que salen de dentro de las orejas o por la nuca de los hombres, y sí parece que sea un tema de estado los kilos, las ojeras, las estrías o los maquillajes y peinados de ellas, con miles de personas que en redes sociales se ven con la potestad de encender la hoguera y quemar en un particular akelarre a mujeres de todas las edades, dando por hecho que no pueden atraer al público solo ser buenas profesionales.
Señores, señoras, creo que este asunto es para tomárnoslo en serio porque va más allá de ser facha o progre, de izquierdas o derechas, de Motos o Broncano… sino de respetar el cuerpo de las mujeres y lo que cada una quiera hacer con él para que esto no pase de ser gordofobia y se convierta machismo. Lo malo es que ya no sé si estamos a tiempo o llegamos tarde.
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