Imagen de archivo de la catedral de Notre Dame en París. | Vincent Isore / Zuma Press / ContactoPhoto

Brindo por Notre Dame y las danzas de la gitana Esmeralda. La Dama que rige el Eterno Femenino es la verdadera guía de Europa desde la época de los galantes trovadores que saltaron de la España mora a la corte de Aquitania. El siglo XII fue época épica de gran magia y espiritualidad, con una cultura erótica de acento místico que hizo cantar a Hafez: «Esclavo del amor soy, y libre de ambos mundos».

Como un rayo, así le alcanza a uno el amor. Abriendo luminosa puerta espiritual. «El hombre es el sueño de una sombra. Pero cuando un rayo divino lo toca, una brillante luz lo envuelve, y es un goce la vida». Los versos de Píndaro alientan el sueño clásico de gozosa libertad individual. Y el Dante canta: «Mujer, eres tan grande y vales tanto que quien desea gracia y no te ruega quiere su desear volar sin alas». El cachondo piloto del Mississippi, Mark Twain, también lo reveló a su manera: Para Adán, el paraíso siempre estará donde se encuentre Eva.

Me cuenta el melómano Pepe Roselló, amigo y admirador de Renata Tebaldi, que en la catedral de Notre Dame nació la música occidental con la polifonía, la composición a varias voces de una pieza musical. Ese milagro musical europeo que encantaba el corazón de Stephan Zweig, aún más que la filosofía, dándole fuerzas para criticar el asesino estado totalitario de los esnobs plebeyos nacional-socialistas y sus monstruosas derivadas.

Y brindo por Notre Dame, que reabre sus puertas cinco años después del pavoroso incendio. Da esperanzas en medio de la burrocratizada Europa de Bruselas, porque quien canta a la Madre canta a la vida.