Uno lee la prensa en la mañana y le entran ganas de hacer la revolución. El ritmo es tan trepidante y las mentiras políticas tan obscenas que, para que el café no sepa a ceniza, hay que echarle cada vez más ron. Trucos epicúreos para enfrentarse gozoso a la siempre asombrosa realidad.

Vamos a varios escándalos por día y el cursi autócrata monclovita, claro aspirante a maduro venezolano en las modas que van y vienen a cada orilla del charco hispano, solo se sostiene gracias a las cesiones que le exigen nacionalistas, comunistas y terroristas. Como para eso precisa más dinero, su mendruga salida es subir aún más los impuestos. Su credo semeja aquel del jefe de los hachissini: «Nada es verdad; todo está permitido». Y así cambia cuando le conviene de opinión y pacta con el diablo del que antes renegaba.

Estos tiranos que encima presumen de demócratas, abstemios y no fumadores son de una vulgaridad extrema. Para que su jeta no afee la mañana esplendorosa hay que hacerles un corte de mangas, suerte de exorcismo para mantenerse informado sin contaminarse. También ayuda el baño de mar, deliciosa ahora que está libre de cetáceos humanos embadurnados con crema solar.

Y si encima sales al bar, donde puedes hablar con gente políticamente incorrecta, donde la espontaneidad, imaginación y cortesía se valoran más que el castrador manual de gaznápiro sectario, pues uno retoma la cordura. Entonces pasan cosas estupendas, como que un amigo cazador te regala un par de becadas ibicencas o encuentras ojos radiantes entre canciones con acentos de Cafrune y Cabral. ¿Encantamiento del corazón? El placer está donde uno lo encuentra.