El marido de Begoña se fue a hacer el indio a Bombay, vendió alfombras climáticas en Baku y ahora baila la samba en Río de Janeiro. Espléndida diversión presidencial para esquivar el bulto y no dar explicaciones sobre la gota fría valenciana.
A Río también acude la mujer de Pedro (lo que la ambición ha unido, que no lo separe el juez), pues para una captadora de fondos, mezclarse con los vulgares mandamases que asisten a la cumbre del G20, es más irresistible que la feijoada carioca.
Tal vez sea geográficamente Río de Janeiro la ciudad más hermosa del mundo. Algo que los arquitectos de los años setenta se empeñaron en destrozar con su gusto-susto monumental de mierda utilitaria y conceptual, como en tantas otras partes del planeta capitalista o socialista-comunista.
Pero Río sigue siendo una belleza y es capital sensual del globo danzante entre el Pan de Azúcar, el morro Dois Irmaos y la bahía de Guanabara. Y a la tercera caipirinha bien preparada, ya sea en una humilde favela o en el bar del Copacabana Palace, es directamente fuego verde lo que circula por tus venas.
Pero no creo que nuestro triste presidente sepa bailar la samba ni beber galantemente. Le atraen otras cosas que a veces se reflejan en sus ojos llenos de odio. Es un simple promotor del feísmo, constructor hortera sin mayor ideología que su propia conveniencia. Vende humo y se lo compran, y cuando no es así, se alía con todo aquello que prometió combatir. ¿Cómo ha llegado semejante tipo a ser presidente de España? Seguramente por lo mismo que acabará sentado en un banquillo.
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