Según la mierda de políticos que nos desgobiernan en su estúpido caos burrocrático (fantástico para escurrir el bulto de la responsabilidad), si vemos a alguien ahogarse en la mar, antes que salvarlo tendríamos que pedir permiso a su familia.
La catástrofe de Valencia muestra la estulticia de tantísimos chupópteros de la teta pública –empezando por su puto amo, maridito de la catedrática captadora y psicópata de manual—, ante el grito de ayuda, en medio del clamor e indignación de miles de militares, policía, bomberos (incluso los galos) y Benemérita, con auténtica vocación de servicio, que estaban deseando salir desde el primer momento a socorrer a la ahogada tierra valenciana.
Pero no, en medio de la emergencia nacional los máximos dirigentes solo se daban prisa en asaltar el consejo de TVE, una nueva felonía permitida por «cariño» Francina Gin Tonic, demostrando una vez más que no sirven más que para servirse.
En la plandemia su ineptitud fue tan criminal como escandalosa su corrupción sanitaria. Y lo de ahora es el colmo de la ignominia, pues antes mandan ayuda cuando hay una catástrofe fuera de nuestras fronteras que actúan dentro del troceado pollo autonómico.
Es tremendamente perverso, pero la secta política trata de volvernos gilipollas, amedrentarnos a impuestos, castigos y multas para no actuar ni defendernos, en la igualdad mansa del cabestro dependiente de papacito estado totalitario. Pero en España todavía hay toros bravos y la sociedad se rebela y se lanza en masa a ayudar. Es impresionante el número de voluntarios, de espontáneas heroicidades, de nobles actuaciones en medio del desastre. La clase política no es un reflejo de la sociedad. El pueblo es mucho mejor que los afectados marcianos que lo desgobiernan. Cuestión de llaneza, valor y humanidad.
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