Un furgón de la funeraria sale de un garaje con cadáveres localizados tras el paso de la DANA, en la pedanía de la Torre, en València. | Europa Press - Rober Solsona

En un día como hoy es inevitable, además de recordar a nuestros seres queridos que ya no están en este mundo, reflexionar sobre la muerte, el destino y sobre la futilidad de nuestra existencia; conceptos que han fascinado a la humanidad a lo largo de los siglos, evocando reflexiones profundas sobre la vida y su inevitable final. Estos pensamientos están más presentes que nunca en estos días en que el país entero está conmocionado por la magnitud de la tragedia ocurrida en Valencia a raíz de las lluvias torrenciales y las torrentadas que causaron. Cuando la naturaleza desata su furia, de forma violenta y desmedida, es cuando recordamos la fragilidad de nuestra existencia. Nuestros planes y anhelos en unos pocos minutos pueden desvanecerse sin previo aviso, a veces de forma dramática, y el destino puede cambiar en un instante. Hoy, con la celebración del Día de Todos los Santos, recordamos y honramos a nuestros antepasados y a quienes ya no están entre nosotros físicamente, aunque a menudo pensamos en ellos por variados motivos. Esta festividad nos recuerda que la muerte es parte de la vida. Los cementerios, habitualmente vacíos, estos días se llenan de flores y recuerdos, rememorando el amor y el respeto hacia quienes ya no están. La tragedia de Valencia hace aflorar preguntas sobre las razones que hay detrás de tanta devastación y tanto dolor. ¿Estamos realmente preparados para enfrentar lo inesperado? La naturaleza, en su imponente belleza, es también a veces una fuerza destructiva. Por eso merece la pena vivir nuestra vida intensamente, y meditar sobre cómo vivimos, valorando cada instante como el regalo magnífico que es. Aunque nuestro destino sea incierto, el amor y la memoria perduran en el tiempo. No debemos olvidar jamás a nuestros familiares y amigos que ya se fueron. Es lo único realmente valioso que nos dejan para siempre.