Cuando llegamos a vivir a Tiana, en el verano de 2105, los masovers nos avisaron de que tuviéramos cuidado con «la riera» cuando se produjeran tormentas. «No crucéis nunca, ni caminando, ni con el coche», insistían cada vez que hacía mal tiempo. Y a mí me parecían exageraciones porque, a pocos metros de casa, había un sumidero para evitar que la famosa riera se llevara hasta el mar todo lo que encontrara a su paso.
Tres años más tarde pude saber exactamente a qué se referían. En mayo de 2018, mi hijo mayor, que entonces tenía 15 años, se empeñó en salir de casa para ir a clase a pesar de que caían rayos y truenos con ganas. Se fue y yo me quedé fumando sentada en el pasillo y, la verdad, rezando a todos los santos que conozco para que no le pasara nada porque el tormentón era terrorífico.
Empecé a escuchar sonidos de golpes que no podía identificar y mi entonces marido se despertó de sopetón preguntando «¿qué es eso?». Justo en ese momento, mi hijo, al que yo ya ubicaba bastante lejos del peligro, me llamó y, al descolgar, le escuché decir con cierto temor «no puedo moverme, estoy rodeado de agua». Mi ahora ex, sin saber lo que Lukas estaba contándome, gritó: «¡La riera!». Y salió de casa corriendo como nunca le había visto correr.
A Lukas, gracias a Dios y a la Policía Local de Tiana, no le sucedió nada. Tanto él como mi ex fueron rescatados rápido. Pero a mí nunca se me olvidarán ni el ruido de aquellos golpes, ni el grito de mi ex, ni, sobre todo, la frase de «no puedo moverme, estoy rodeado de agua». Todo sucedió en pocos minutos y aprendí que frente a este tipo de fenómenos es muy difícil actuar.
Descansen en paz las víctimas de la DANA y toda la fuerza del mundo a sus seres queridos y a los afectados por la catástrofe.
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