El diputado de Sumar Iñigo Errejón llega a una rueda de prensa en el Congreso. | Carlos Luján - Europa Press - Archivo

Ahora nos enteramos (aunque era vox populi entre los que manejan la cosa púbica, perdón, quiero decir pública) que una rara especie de sátiro de triste aspecto, débil salud mental, con tremendos complejos heteropatriarcales, correteaba por las más rigurosas concentraciones feministas, metiendo mano a destajo, pasándose la ley del solo sí es sí por el forro de la entrepierna, abusando de poder y practicando todo aquello que condenaba ardientemente desde el púlpito público, pero que nadie se atrevió a tomar cartas en el asunto.

El sátiro ha dejado en bragas a su partido y al gobierno de España, pero estos llevan tanto tiempo en pelota picada, con o sin mascarilla-antifaz, que ya no les vale jugar a los ofendiditos. Por si las moscas su puto amo se marcha a Bombay –el 1 de la trama coincide con la madura venezolana, lingotes por aquí, Zoteparo por allá, tal vez los cobistas lo llamen de nuevo conjunción cósmica—, pero en su paseo haciendo el indio podría pasar por el templo de Khajuraho, donde se ilustra el fabuloso cortejo sexual de las divinas apsaras, escenas de belleza lúbrica y tántrica (¡tan rica!) iluminación sensual.

En la milenaria orgía luminosa de la India más mística y vitalista (nirvana es samsara, tat tvam asi, yoga es bhoga) tal vez el presidente felón aprenda que el poder a toda costa es mera ilusión, que no hace falta joder la vida de los otros para encontrar placer, que el ego desmedido impide gozar la realidad, que mentir a diestra y siniestra es insostenible, que encamarse con el terror es altamente peligroso, que inventar un comité de sabios en la corrupta plandemia es una bufa criminal, etcétera. ¿Quién sabe?, igual se retira de verdad.