Y si llegara a pasar en Formentera? ¿O en Ibiza? Esta es la pregunta que sin querer me retumba una y otra vez en mi cabeza después de conocer la tragedia que se ha vivido en Canarias, con nueve personas muertas y casi medio centenar desaparecidas hace apenas unos días al volcar un cayuco de madrugada muy cerca de la isla de El Hierro.
Se trata de la mayor tragedia migratoria ocurrida en Canarias desde que se tiene constancia de la llegada de pateras, hace ya más de tres décadas y no hay nadie, por experto que sea en la materia, que pueda garantizar que esto no pueda suceder en las Pitiusas. Hay quien dice que los que llegan aquí lo hacen siempre en aparente buen estado de salud, que los inmigrantes magrebíes están mucho mejor preparados que los subsaharianos que arriban a otros lugares o incluso, como aseguran algunos otros, que lo hacen con teléfonos de última generación y ropa de marca, pero lo cierto es que nadie puede fiarse del dios Neptuno y sus caprichos. Y es como me dijo una vez un experto marinero, al mar no hay que temerlo nunca pero si respetarlo.
Por más que intentemos convencernos de que aquí parece complicado vivir una situación así lo cierto es que las cifras no invitan al optimismo. Solo en lo que llevamos de verano han llegado a las Pitiusas, fundamentalmente a Formentera, más de 500 personas y aunque durante los últimos días hay una especie de calma tensa nadie puede garantizar que no se repitan nuevos episodios de llegadas masivas. Y si esto se produce a muchos de los migrantes solo les quedará encomendarse a la diosa fortuna para que no sufran condiciones meteorológicas adversas y para que una vez más esos ángeles de la guarda que son los agentes de la Guardia Civil, Salvamento Marítimo, Policía Local o Cruz Roja les rescaten a tiempo.
Lo cierto es que prefiero no ponerme en lo peor porque en el caso del cayuco siniestrado, y según los testimonios de los pocos que han podido contar su odisea, parece que había salido desde Mauritania a las islas afortunadas con 84 personas a bordo hasta que finalmente acabó yéndose al fondo cuando, después de que se hubiera parado el motor y hubieran avisado al servicio de emergencias de Canarias 112, algunos ocupantes se quisieron poner de pie durante las operaciones de salvamento que se estaban llevando a cabo de noche, en condiciones climatológicas adversas y con rachas de viento de hasta 37 kilómetros por hora. No sé ustedes pero yo no me puedo imaginar un peor giro de guión que morir apenas a seis kilómetros de tu nueva vida y tras tanta lucha y tanto sufrimiento.
Finalmente se rescataron 27 personas y el resto, incluyendo el número indeterminado de niños y niñas que iban a bordo, volverán a ser una cifra que pronto olvidaremos porque ni siquiera nos dio tiempo a saber su nombre y su apellido, y en apenas unos días, todo quedará en nada como ya pasó con otro trágico naufragio, hace 15 años, en el que perecieron 25 personas tras hundirse una patera a escasos metros de la costa de Los Cocoteros de la localidad lanzaroteña de Guatiza. El frenesí informativo, las prisas de nuestro día a día o simplemente la burbuja en la que vivimos provocarán que rápidamente queden atrás los lamentos y los rezos y lloros de un Papa Francisco al que le duele «lo ocurrido con tantos y tantos migrantes que buscan libertad y se pierden en el mar o cerca del mar» mientras que yo no puedo evitar esa sensación de desamparo que siempre regresa cuando compruebo cómo nos hemos vuelto tan inmunes a tragedias de este calibre o a las que sufren en Palestina, Líbano, Ucrania o algunos de esos países que ni siquiera sé situar en el mapa.
Mientras tanto, como si todo esto no fuera con ellos, el tema de la inmigración volverá a ser arma arrojadiza entre los partidos políticos de nuestro país. Los principales líderes y sus segundos o terceros espadas, siempre amparados en esos fantásticos cargos que ni ellos mismos son capaces de repetir, seguirán insistiendo en que si no se ponen de acuerdo para intentar solucionar el problema es porque la culpa siempre la tiene el otro. De nada sirven los mensajes de condolencia de nuestros políticos, que el presidente de Canarias, Fernando Clavijo, convoque de urgencia a varios miembros de su gabinete o que la consejera de Bienestar Social, Igualdad, Juventud, Infancia y Familias del Gobierno de Canarias, Candelaria Delgado, pida en Onda Cero «altura de miras» a todos los diputados, porque con palabras y condenas no se pone solución al problema. Hacen falta medios, inversiones, decisiones políticas valientes más allá de las divisiones de unos y de otros porque aunque no sepamos como se llamaban todos aquellos que perdieron su vida intentando llegar a nuestras costas, no podemos olvidar que eran seres humanos que merecen todo nuestro respeto y compromiso. Ya no se trata del color de su piel, de su origen o de si cabemos o no todos, se trata simplemente de humanidad. De respeto, de entender que al final todos somos iguales y que una tragedia como la de El Hierro podría producirse el día menos pensado en las Pitiusas.