En cuanto llega el otoño, con su luz dorada como los pendientes de Helena de Troya, ondulante como el oro del Ring, la mayoría de millonetis, ignorantes del arte de vivir, salen volando en jet particular rumbo a su esclavitud laboral como vulgares cotizantes. Aparte del transporte o el precio del plastificado H20 que consumen al nivel camello de Tombuctú, en ninguna otra cosa se diferencian de las masas estivales de pack turístico.
La igualdad del más bajo denominador común es un hecho. El molde ha triunfado y hoy lo realmente lujoso es encontrar personas o garitos con personalidad.
Y qué placer las Pitiusas en esta época de racimos de uvas dionisiacas y dulces higos del árbol de Bodhi. Tormentas románticas alternan con días clarísimos bajo un sol acariciante y noches suavemente azules; invitación cósmica a fundirse con la naturaleza, panteísmo en esta Ibiza que es violada estivalmente y regenera su virgo con el primer aliento otoñal. Ventajas de ser una diosa.
Las calas auríferas son tanto más voluptuosas como solitarias van quedando. La mar nos abraza y bautiza sagradamente, perdonando los pecadillos del horno estival. Pasear los campos y descubrir orquídeas, abrazar olivos y galopadas orgiásticas, llevando en los cascos de nuestra montura el perfume de las flores.
Carpe Diem, miserable mortal, es la única filosofía que te convertirá en un dios. Goza del instante fugitivo y no obedezcas a los grises burrócratas que pronto querrán cambiarte la hora. Arroja el reloj en ofrenda a Yemanja, Poseidón o la Virgen del Carmen (del latín carmen viene charme, encanto, canción sagrada para ganar la gracia de lo sobrenatural) y ríete del tiempo ilusorio que amenaza metamorfosearte en frágil estatua de arena. No hace falta correr tanto, pues siempre vas hacia ti mismo.
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