Seguro que la mayoría en algún momento nos hemos hecho la siguiente pregunta: ¿a quién representan los políticos? Y sinceramente, creo que semejante duda bien merece una reflexión. Estamos acostumbrados a que la vinculación real entre votantes y partidos políticos se busque denodadamente durante las campañas y las precampañas electorales. Es en esos pocos meses cuando los medios de comunicación de todo tipo, se llenan de promesas, compromisos y anuncios en boca de la mayoría de los integrantes de las diferentes listas electorales, de los cargos institucionales que aspiran a renovar sus puestos y de los responsables orgánicos de los partidos.
Todos ellos sin excepción aseguran tener la solución a todos los problemas de diversa índole que están pendientes de resolver, tanto aquellos que ya están enquistados de antiguos que son, como de los nuevos que van surgiendo año tras año. La labor de unos y otros es convencernos de lo penosa que ha sido la gestión de los que han tenido la responsabilidad de gobernar por un lado y, las recetas milagrosas de quienes están en la oposición, con las que aseguran y prometen que serán capaces de darle la vuelta a esa situación. Y los que están gobernando siempre apelan a la falta de tiempo material para llevar a cabo todo lo que en su momento se prometió.
Pero en realidad, esos meses de precampaña y campaña electoral, no son más que pura ciencia ficción elaborada por los equipos de comunicación de los diferentes partidos en liza. Sea como sea, hay que machacar a diario al sufrido electorado asegurando que todo aquello que no se ha hecho cuando se debía, se hará en cuanto se ganen las elecciones. Todo vale para conseguir más votos que el rival; al menos así es como se piensa por parte de quienes dirigen las campañas.
La lógica nos daría a entender que toda la importancia que pudieran haber tenido los potenciales votantes, a quienes se ha estado intentando convencer de lo maravilloso que es cada partido, sin olvidarse de tratar de hundir al rival por supuesto; una vez que pase la jornada electoral, aquellos que hayan resultado elegidos para representarles, deberían demostrar que el valor que se les dio cuando buscaban su voto, se mantiene a la hora de ponerse a trabajar por todos ellos.
Sin embargo, lo que se puede comprobar elección tras elección es que los compromisos que se adquirieron en su momento pasan a un segundo término y lo mismo ocurre con las fidelidades. El político de turno deja de sentirse obligado con sus votantes y por arte de magia pasa a adquirir un inamovible compromiso de fidelidad al partido de turno que le puso en sus listas electorales.
De repente las prioridades cambian, los votantes y sus necesidades imperiosas ya no son lo más importante; pasan a un segundo plano y aparecen otros intereses. Toda la furia y la intensidad demostrada durante la campaña, asegurando ser capaces de resolver todos y cada uno de los problemas de la sociedad en la que viven los votantes, desaparece y da paso a lo que todos conocemos como «disciplina de partido». Los intereses globales de cada partido político pasa a ser la prioridad absoluta de los cargos electos. Sorprendentemente, los votantes desaparecen de la escena y los problemas que estos tenían dejan de ser tan relevantes.
Un cargo electo deja de ser el representante de la sociedad cuyos intereses representa y para lo que ha sido votado, para pasar a representar los intereses del partido que le ha incluido en sus listas. Ese es el motivo por el que en muchísimos casos, las personas que han sido elegidas para representar a los ciudadanos de nuestras islas en Madrid, se limitan a cumplir las consignas de las sedes centrales de su partido y aparcan lo de luchar día a día por cumplir con todo aquello que prometieron a los votantes de su región, a pesar de que lo que vayan a votar pueda ser contrario a los intereses de estos.
Gracias a esa dinámica de trabajo y ante la escasa importancia que se da muchas veces a los problemas de regiones que para los partidos tienen una escasa relevancia política, hay cargos que parece que se los haya tragado la tierra durante los años que dura la legislatura. Incapaces de enfrentarse a quienes han accedido a incluirles en las listas y ante el temor de que puedan disgustarse por exigir la resolución de problemas locales, se limitan a no hacer mucho ruido y no resultar molesto a las altas esferas.
Todo cambiaría si los que fueron elegidos, tuvieran la obligación de dar cuenta periódicamente a sus votantes y dar la cara explicando que están haciendo para resolver todo aquello que aseguraron dejaría de ser un problema si salían elegidos. Y cuando digo periódicamente, no me refiero a cada cuatro años; me refiero a lo largo de esos cuatro años. Lo prioritario siempre debería ser el interés colectivo y no el del partido de turno.