Hace ya 15 años que llegué a la isla de Ibiza. 20 casi desde que estaba trabajando en la ciudad de Ávila en una pequeña televisión presentando un programa de deportes y un magacine por las tardes, y casi un cuarto de siglo desde que terminé la carrera de periodismo. Por el camino he pasado por gabinetes de prensa, agencias de comunicación, empresas donde hacíamos periódicos gratuitos para mayor lucimiento y gloria de quien nos pagaba, e incluso portales de internet con mucho oficio y menos beneficio… Y todo ello me ha servido para irme dando cuenta de una cosa que seguro que muchos de ustedes ya habrán descubierto… No soy un buen periodista. Ni siquiera uno de esos normalitos… No. Soy un periodista mediocre.

Conseguir la exclusiva que cambie el mundo, jugarme la vida por una noticia, o simplemente entender el periodismo como azote del poder establecido se lo dejo a los que realmente saben de esto. A los profesionales de la materia que entienden el periodismo como una lucha constante que les permita llegar al meollo de la mejor información, sin importarles a quien dejen atrás, o a los que entienden que en el mundo del periodismo no te puedes llevar bien con nadie si quieres que tu información siga siendo pura y objetiva. En definitiva, se lo dejo a aquellos periodistas que piensan que siguen dignificando nuestra profesión.

Me van a perdonar pero según aumentan mis canas, mis kilos y mis arrugas, he ido comprobando que mis prioridades en este maravilloso mundo que tanto amo y amaré son otras. Porque con el tiempo he ido aplicando cada vez más aquella máxima que nos inculcó un profesor en nuestros años de carrera de que el periodista nunca tiene que ser el protagonista de una información, sino que tiene que ser como una sombra entre bambalinas que simplemente se tiene que dedicar a transmitir lo que ve o lo que le cuentan. Y que sinceramente, pudiendo elegir,    me quedo con una forma de hacerlo que me permita pensar que, humildemente, hago todo lo posible para que el resto del mundo sea un poco más feliz al menos durante unas horas y no todo lo contrario.

Por ello no se me caen los anillos al confesar que me gusta lo que hago y como lo hago, aunque soy consciente de que hay muchos márgenes de mejora. Puede parecer que sea un periodismo light, soso, aburrido o sin chicha y en muchos casos edulcorado… pero lo cierto es que me encanta terminar una entrevista, una charla o un reportaje y ver una sonrisa en la cara de la gente. Ver como te agradecen sobre manera que les hayas dedicado parte de tu tiempo al evento que con tanta ilusión han preparado durante días, a su profesión, al deporte que tanto aman y al que no se le da la repercusión que ellos creen suficiente, a sus demandas en muchos casos olvidadas o simplemente que les has dado espacio para contar aquello en lo que creen y defienden vehementemente. Y todo ello sin malos rollos, sin enfrentamientos o sin actitudes de conmigo o contra mí, porque al fin y al cabo no hay nada de malo en ser periodista y llevarse bien con la gente, venga de donde venga, haga lo que haga o defienda lo que defienda por más que en ocasiones no estemos de acuerdo.

Y sobre todo entendiendo que el periodista no es nada sin la información que genera la gente. Que ustedes son los verdaderos protagonistas y que no es una cuestión de que yo saque tiempo para escucharles, sino de respeto, de compresión mutua, y de que cuando termino o emito cada entrevista yo me voy con la sensación de que he aprendido cosas. Es una cuestión de entender que todo lo que se hace con ilusión y con pasión merece ser transmitido y dado a conocer, porque si se mezclan estos dos factores, el resultado solo puede ser magnífico por más que otros se empeñen en hacernos creer que no interesa al resto. No se trata de hacer periodismo pelota o de seguidismo, sino de entender que solo somos un sencillo canal para que todo fluya un poco mejor en estos tiempos tan convulsos como los que vivimos.

Por eso, pido perdón por esta chorrada de reflexión a todos aquellos profesores de Ciencias de la Información que en sus clases intentan transmitir a sus alumnos que ser periodista es una profesión de valientes que buscan desesperadamente conseguir esa información vital que cambie nuestra vida para siempre. Y a aquellos compañeros que entienden que el periodismo es trinchera, lucha constante, y no casarse con nadie. Lo siento, mi tiempo pasó y yo prefiero marcharme a casa cada día con el recuerdo de quien te dio las gracias por hacerle feliz durante unas horas y seguir pensando que puedo llevarme bien con casi todo el mundo aún siendo periodista.