Cuando yo era bien pequeño solía sentarme en la terraza de la casa de mi abuela Anastasia en la calle San Conrado junto a mi tío Mariano para contar coches de colores. No teníamos teléfonos móviles, Internet era una quimera y nuestro entretenimiento en aquella maravillosa casa, más allá de interminables partidos de baloncesto con una pelota de trapo donde la canasta era una efigie de un pobre Jesucristo de hierro, era ir sumando el mayor número de vehículos dependiendo del color escogido. Rojos, amarillos, negros, blancos y así durante horas mientras merendaba un bocata con tableta de chocolate de La Campana de Elgorriaga y mejoraba además mi lectura leyendo las letras que acompañaban a aquellas matrículas que casi siempre empezaban por M. Disfrutaba tanto que aún hoy, casi cuatro décadas después, lo recuerdo como si fuera ayer mismo.
Los tiempos han cambiado y como le cantaba Sebastián a Don Hilarión en la zarzuela La Verbena de la Paloma, «adelantan que es una barbaridad», y por eso ahora, en pleno 2024, aquellos juegos serían totalmente inconcebibles. Aún así, no me doy por vencido, y de vez en cuando le insisto a Aitor para que elija un color y veamos cuantos vehículos hay de este tipo. Y como a mi hijo a sus ocho años no le gusta perder ni a las chapas siempre acaba ganándome con su apuesta segura del negro y sobre todo de las furgonetas de este color que pueblan nuestras carreteras y calles mires por donde mires.
Y es que estos vehículos se han convertido en una especie de plaga cada vez más numerosa y por todas partes. Sin ir más lejos, su presencia en zonas como la calle Cap Martinet de Jesús es constante y prácticamente a todas horas, yendo y viniendo desde la zona de Talamanca hacia Ibiza o al revés, y sin saber casi nunca que es lo que llevan y a quien transportan, siempre ocultos en sus cristales tintados, y a velocidades que no siempre son las adecuadas en una vía tranquila de doble dirección donde desgraciadamente, por culpa de unos y de otros, algún día va a haber un disgusto.
El verano es su hábitat natural, invernando durante los meses de fuera de temporada como otras tantas cosas en nuestra isla, pero es llegar el mes de mayo y empezar a salir como las setas cuando llueve. Ves una, después tres, cuatro o cinco y después es un no parar ya que están por todas partes, circulando o aparcadas sin importarles a sus conductores si se han subido a las aceras o si hay una señal que impide el estacionamiento. Sus conductores en muchas ocasiones se creen en posesión de todo tipo de derechos, sin importar si existen o no, y amparándose en esa regla no escrita y alucinante de que en Ibiza todo vale, lo colonizan todo. Tanto que más de una vez he pensado que debemos de ser el lugar en el mundo en el que haya más de estas furgonetas por metro cuadrado o por número de habitantes.
Y por supuesto, cuanto de negocio hay en ellas. Porque en un lugar como Ibiza donde el dinero lo copa todo, sobre todo entre aquellos que ven en nuestra querida isla un motivo para forrarse sin importarles que haya quien no llegue a fin de mes, no tenga vivienda o sobreviva como pueda en asentamientos ilegales, el gran número de estas furgonetas es una buena oportunidad para ganar dinero. Son muchas, demasiadas, y aunque desconozco lo que cuestan exactamente, pienso que habrá más de uno que gracias a ellas cada verano tienen el símbolo del dólar en sus ojos como cierto personaje de dibujos animados, sin importarles que nuestras carreteras estén cada vez más colapsadas. Y supongo, también, que querrán hacerlo este año con urgencia ya que, en teoría, antes del verano que viene el Consell d’Eivissa quiere regular el número de vehículos que circulan por la isla lo que si o sí, tiene que afectar a su presencia.
Mientras eso llega… o no… ya veremos, lo cierto es que tenemos que seguir conviviendo y subsistiendo a esta plaga de furgonetas negras que están por todas partes. Aún nos quedan unos meses, teniendo en cuenta que la temporada está previsto que se alargue hasta el mes de octubre y mientras, me guste o no, seguiré perdiendo una y otra vez con Aitor cuando decida jugar a contar coches de colores teniendo en cuenta que el negro es un valor seguro.