El 'cuinat', plato tradicional ibicenco. | Toni Planells

Nuestra isla avanza a velocidad de crucero hacia un pozo de superficialidad, postureo y estafas del que será difícil salir. Cada semana conocemos el lamentable cierre de un bar o restaurante emblemático, para convertirse en otro sitio snob en el sirven las mismas pijadas insulsas a precio de tonto. Mueren los chiringuitos de toda la vida que servían a la clase media y nacen como champiñones beach clubs excluyentes con mejor marketing que talento culinario en los que creen que por meterle un caviar marrullero a unos macarrones pasados son el no va más. Esas paellas tradicionales que degustaban los residentes los domingos se han convertido en un imposible y ya sólo hay espacio para los turistas de cartera llena y paladar exiguo. Esa esencia gastronómica mediterránea de la que se presume de puertas para fuera se ha convertido en una excepción. Con mero de Senegal a precio de langosta local, la mayoría de nuevos establecimientos se reivindican como un nuevo espacio de autenticidad y originalidad gastronómica, nada más lejos de la realidad. Nuestra promoción exterior del producto local contrasta con la creciente desaparición de establecimientos que los empleaban en sus menús. Ahora es más fácil desayunar un efímero ceviche trufado que una gloriosa frita de pulpo. Afortunadamente, todavía queda algún restaurante tradicional que no se ha pervertido y que continúa ofreciendo manjares, sin necesidad de adornarlos con parafernalia. Me van a permitir que, al igual que con las calas, no les diga ni el nombre ni la ubicación, no vaya a ser que lo saturen. Animo a esa resistencia a no sucumbir, dado que ellos son los guardianes de la esencia de la tierra y el mar de Ibiza, concentrada en caldos y guisos con los que ‘la nueva cocina’ sólo puede soñar.