Cientos de personas durante los cinco minutos de silencio por el asesinato machista ocurrido en Castellbisbal, a 21 de agosto de 2024, en Castellbisbal, Barcelona, Catalunya (España). | Alberto Paredes - Europa Press

Escuchaba estos días aquella canción de Franco Battiato que los más veteranos recordarán, Tutto l’Universo obbedisce all’amore. Como sucede con muchas letras de este enorme e inabarcable intelectual cataniense fallecido ya hace tres años, cavilaba yo sobre su mensaje: «Todo el universo obedece al amor, cómo puedes tener escondido un amor. Y es así que nos retiene en sus cadenas, todo el universo obedece al amor». Impecable. Pero viendo las noticias que copan estos días los telediarios y los programas de televisión, uno se pregunta cómo puede suceder que un alto mando policial ya retirado, con 44 años de servicio, que llegó a ser el número dos del Cuerpo Nacional de Policía en Catalunya, acabe premeditadamente con la vida de su actual pareja de un disparo, luego haga lo mismo con su exesposa y madre de su hija, y termine suicidándose. Cómo puede asumirse que un funcionario público jubilado hace poco, que dedicó su vida perseguir criminales, acabe pasándose al lado oscuro y cause tanto dolor estéril antes de poner fin a su propia existencia. Deja cinco huérfanas. ¿Qué mecanismos mentales llevan a alguien a hacer algo así? Es inexplicable. En La Stagione dell’amore, Battiato canta: «Todavía otro entusiasmo te hará latir el corazón. Nuevas posibilidades para conocerse y los horizontes perdidos no regresan jamás». ¿Qué puede pasar por la cabeza de un hombre cuando decide asesinar a una mujer a la que ha amado (en este caso, no a una sino a dos), como prólogo de su propia muerte? Hay días en los que uno duda si todo el universo obedece al amor. Y es más fácil alinearse con el grupo italiano Fabi Silvestri Gazzè: L’amore non esiste. «El amor, si existe, es esta idea de apego que tiene el hombre de mi tiempo por las tantas historias que ha visto. No existe eso de hacer cuentas, conformarse poco a poco, de una vida de la mano». ¡Qué tristeza!