Un agente de la Policía Nacional. | Policía Nacional

Conozco a un relamido hortera que sale de fiesta con dos relojes. Uno cuesta lo que piden por una finca en Fruitera, el otro es una baratija, con dibujo de Minnie Mouse, ganada en una tómbola. Aunque le encanta presumir, se ha visto obligado a tomar precauciones para no llamar la atención cuando sale del condón vip. No es el único. Los más lujosos pelucos ya solo se lucen en fiestas en casas o el privé vigilado por gorilas de macrodiscoteca. Comprensible. Este año batimos récord en robo de relojes carísimos, también en detenciones de bandas dedicadas a tal menester.

Incluso se ha llegado a grabar en vídeo la rapidez y efectividad de los cacos, especializados en relojes que cuestan más que una bodega de Valpolicella. Estudian a la fashion víctima con la pericia de un tasador de diamantes de Amsterdam, dictaminan que no es un peluco fake, que abundan tanto como hippies fake, artistas fake, activistas fake o millonarios fake, pues Ibiza es una isla auténtica que sabe del valor de las máscaras, fusta y pelucas, y cada cual adopta la que más satisface a su fantasía.
La proliferación de tales bandas es un certero análisis sobre el nivel económico turístico. Empezaron a ser conocidas como la Banda del Rolex, pero hay que decir que no hacen ascos a cualquier otra pulserita horaria, botín que permite años gratis de spaguetti vongole. Al principio eran de origen napolitano —camorra, vespa, balcones donde tienden sus bragas diosas como Sofía Loren, canzone de Roberto Murolo—, pero actualmente son de cosmopolita procedencia, incluido pícaro producto nacional, y trabajan desde la playa al atasco o garitos de moda, de la cola de facturación al interior del avión. Una lógica irrupción entre tantas vanidades de lujo fake.