El Mediterráneo es la mar más hermosa y traicionera. Súbitamente pasa de la placidez de una bañera donde uno bebe ron y abraza los placeres de Nausicaa a un terrorífico maelstrom capaz de tragarse al lobo de mar más avezado. Por eso mismo hay que estar alerta; por eso mismo el amante de la coqueta Lady Hamilton, el almirante Nelson, opinaba: «En el mediterráneo solo hay tres puertos seguros: julio, agosto y Mahón».
Pero este tórrido agosto se anunciaba temprana gota fría, una tremenda Dana iba a barrer Baleares, ante la cual la mayoría de marinos, sabedores de cómo se las gasta a veces la plácida bañera, espejo del mar, tomaron sus precauciones. No así en la gozosa Formentera, en la esmeraldina Illetas que atrae a tanto turista marinero de agua dulce, donde es fácil olvidarse del resto del mundo y hacer caso omiso a las casandras climáticas.
Todos los veranos quedan varadas numerosas embarcaciones, pero esta semana ha sido de récord. Las imágenes de los barcos sorprendidos impresionan. En el tiempo que uno se bebe un Martini ya tenía rachas de cien kilómetros y las rocas a tiro de aceituna.
Pero la gran pregunta que se hacen los formenterenses es: ¿adónde iba el pescador esa mañana de apocalipsis anunciado? Xicu des Moliner dice que el parte no daba vientos huracanados y que lo peor se esperaba para más tarde. Y me encanta su afirmación de que cuando salió, el mar estaba plano como un espejo (como El Espejo del Mar, libro del marino Joseph Conrad). Pasó siete horas entre la vida y la muerte hasta que fue rescatado. Sus compañeros salieron en tromba a buscarlo, brava y noble amistad que muestra que la vida humana es sagrada. Brindo por vosotros.