En la presente temporada turística sigue candente el tema de la masificación. Ahora bien, también es cierto que alrededor de dicho problema están surgiendo dos cuestiones que podrían parecer contradictorias. Por un lado vemos manifestaciones y concentraciones de protesta por los estragos que en la vida cotidiana de las islas viene provocando esa masificación, con las molestas aglomeraciones, los atascos en las carreteras, la proliferación de la piratería en muchos negocios, la falta de personal para completar las plantillas y por supuesto el drama del acceso a una vivienda digna a un precio asequible.
Por el otro y en los considerados meses álgidos del verano, están empezando a sonar ciertas quejas en cuanto al funcionamiento de ciertos negocios directamente vinculados a la temporada estival. Están empezando a aparecer algunas preocupaciones acerca del grado de actividad y del cumplimiento de las expectativas de negocio que la mayoría de comercios habian depositado en la presente temporada.
Recuerdo que las previsiones que manejaron las distintas administraciones públicas y las diversas empresas privadas que asistieron a las tres principales ferias turísticas que anualmente se vienen celebrando en Europa y, con la vista puesta en la siguiente temporada de verano, en todos los casos se hablaba de la posibilidad de seguir batiendo record de visitantes, manejando como punto de partida el verano de 2023, que fue realmente bueno.
Lo cierto es que a la vista de las quejas que están empezando a oírse, posiblemente se estuviera pecando de un exceso de optimismo. Hay que recordar que tanto Eivissa como Formentera, están plagadas de negocios directa o indirectamente vinculados al turismo y que tan solo permanecen abiertos durante los meses de verano, estando cerrados el resto del año.
No cabe duda que una de las palabras de moda en estos momentos es «masificación», si bien hasta ahora solo se está vinculando a un exceso de visitantes; posiblemente haya llegado el momento de empezar a pensar en que dicha masificación sea aplicable también a un exceso de negocios que quieren sacar en unos pocos meses, los ingresos necesarios para poder vivir todo el año. Cuando el número de estos negocios sigue creciendo año tras año prácticamente sin límite de ningún tipo, lo lógico es que si cada vez hay más gente que tiene que comer una misma tarta, la porción que de la misma le va a tocar a cada uno también será cada vez menor. En esto, igual que en la explotación comercial de nuestro territorio, nuestras islas tienen unos clarísimos límites que algunos parecen empeñados en no querer ver.
Cabe señalar también otra cuestión a la que no parece que se esté dando la importancia que merece; me refiero a los elevadísimos precios que no parecen tener techo y a los que tienen que hacer frente, tanto turistas como residentes. Además hay que resaltar que, lo que durante mucho tiempo fue la base del negocio turístico en las Pitiusas, el turismo familiar, está en caída libre y hay que destacar que en buena parte ocurre tal cosa, debido al elevadísimo coste que para esas familias tiene pasar una semana aquí.
El auge del número de negocios de todo tipo que supuestamente están vinculados al lujo, crece al mismo ritmo que van desapareciendo los más tradicionales y los directamente vinculados a ese denominado turismo familiar. La consecuencia directa de ello, es que cada vez resulta más difícil encontrar un sitio donde una familia entera pueda salir una noche a cenar, o pasar unas horas de asueto, sin que tal osadía le cueste el presupuesto entero de una semana. Hace ya varios años que la encuesta que se realiza a los turistas en Formentera y se hace pública a final de la temporada, viene arrojando el mismo resultado; la gran mayoría se queja básicamente de los elevadísimos precios de todo en la isla. En Eivissa se va por el mismo camino y en ambos casos el resultado puede acabar siendo catastrófico.
Sinceramente, uno acaba teniendo la sensación de que a una mayoría se le ha ido de las manos lo del modelo turístico, buscando lo de cambiar cantidad por calidad. La calidad no puede pasar por acabar eliminando la denominada clase media que tradicionalmente nos visitaba. No se puede pretender sustituir totalmente a esta por el mismo número de visitantes inmensamente ricos que nos visiten cada año. La avaricia rompe el saco y se va camino de acabar muriendo de éxito. Año tras año los gravísimos problemas a los que hay que hacer frente se multiplican y la imagen que se transmite al exterior es cada vez más caótica. En lugar de ir solventando alguna de las situaciones de conflicto, cada año se añade un problema nuevo y por este camino nuestras islas pueden acabar perdiendo el encanto que las catapulto a la cima como destino turístico.
No podemos convertir las islas en lugares donde unos gastan miles de euros en una noche, mientras los que les atienden tienen que vivir en bochornosos asentamientos ilegales.