El fútbol, deporte rey en nuestro país, no siempre fue un juego tan técnico y táctico como en la actualidad. Lo de defender en bloque bajo y con portería a cero o el famoso catenaccio italiano, comúnmente denominado plantar el autobús o colgarse del larguero, es un invento relativamente reciente atribuible, entre otros, a Helenio Herrera, Carlos Bilardo o Héctor Cúper. No siempre se jugó sin delantero centro o usando esa milonga del falso 9. Entre los años treinta y cuarenta los equipos jugaban con hasta cinco delanteros, siendo muy comunes las goleadas. Lo importante eran los goles, el espectáculo y la diversión de los aficionados. Se apostaba firmemente por aquello de que la mejor defensa es un buen ataque. De estos poblados ataques destacó, en la década de los cuarenta, la denominada delantera eléctrica del Valencia Club de Fútbol, integrada por Epi, Amadeo, Mundo, Asensi y Gorostiza que, en tan solo seis temporadas, consiguió conquistar dos ligas, una copa y tres subcampeonatos de copa, siendo Mundo dos veces máximo goleador del campeonato liguero. Eran otros tiempos, aquellos en blanco y negro, sin contratos millonarios, sin tecnología y sin inversores venidos del más allá para hacer caja jugando con los sentimientos ajenos.
Que la mejor defensa es un buen ataque no solo es predicable de la actividad deportiva, ni mucho menos. Ejemplos de su aplicación los encontramos en todos los ámbitos de nuestra vida. Ni que decir tiene que también en política, donde nuestro presidente es un valedor nato de esta antigua máxima. De hecho, se ha convertido en un auténtico estratega, comparable en lo suyo con genios como Fischer o Kaspárov. Igual te clava un gambito de dama, que te sorprende con una defensa siciliana, mientras te arrea un jaque mate pastor. Pues claro que sí guapi. Eso de que lo importante es participar es una milonga para niños y románticos. Lo único que importa es ganar, ganar y volver a ganar, como decía el gran Luis Aragonés, que de esto sabía un rato. Y para ganar, como en el amor o en la guerra, todo vale, desde lo lícito a lo ilícito, desde lo moral a lo inmoral, desde lo decente a lo indecente. Y da igual que se critiquen las malas artes desde todos los ámbitos, incluso desde tu propio bando, pues, como cantaba Alaska en A quién le importa, «yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré». A ver, que es normal que, dado el innegable éxito obtenido con estas jugadas maestras, se le vaya hinchando el pecho y se sienta el amo del corral. Y quién no. Pero no debe olvidarse, como en el dilema de la manta corta, que si te tapas la cabeza dejas al aire los pies, o que si juegas al ataque, como la delantera eléctrica, dejas desguarnecida tu defensa.
Desde el principio, los acontecimientos ya le vinieron rodados. Como si de Nostradamus se tratara, tras dimitir como secretario general del partido en 2016, retornó en 2017 para, gracias a la moción de censura planteada por la oportuna Sentencia del Caso Gürtel, acceder a la presidencia del gobierno en 2018. Solo un año después, y tras no aprobarse los presupuestos, acordó disolver las cortes y convocar nuevas elecciones, si bien tuvieron que ser finalmente dos, nada más y nada menos, encontrando el apoyo necesario en Unidas Podemos, formación con la que pactó para formar el primer gobierno de coalición de la historia democrática moderna de nuestro país, lo que trajo consigo más de una clara disfunción, como las ya conocidas consecuencias de la Ley del solo sí es sí.
Pero las jugadas maestras, aquellas que pasarán a los anales de la historia, las encontramos, fundamentalmente, en los dos últimos años. Se nota que ya está en quinto de estrategia y pensando en el trabajo de fin de carrera. La primera, cuando al día siguiente del varapalo sufrido en las elecciones municipales y autonómicas del 28 mayo de 2023, como si de una mente prodigiosa se tratara, rollo Dustin Hoffman en Rain Man, decidió, aplicando de nuevo la táctica de que la mejor defensa es un buen ataque, convocar elecciones generales para el siguiente 23 de julio. Y cuando todo apuntaba a que los resultados de las elecciones autonómicas y municipales iban a repetirse poniendo fin a su mandato, consiguió obtener un resultado que, con al acuerdo alcanzado con una amalgama de variopintos partidos, entre los que destaca Junts per Catalunya y sus famosos siete votos a cambio de la tan cuestionada Ley de Amnistía, volvió a ser investido presidente. Todo al rojo. Ya ven, tiene más vidas que un gato. La segunda, a través del proceso judicial seguido contra su esposa por presunto delito de tráfico de influencias y corrupción en los negocios, marcándose, el mismo día en que se conocía su imputación, una carta en redes sociales, dirigida a la ciudadanía, por la que, tras un discurso lacrimógeno de amor incondicional, se tomaba unos días para reflexionar sobre si le compensaba seguir al frente del Gobierno. Evidentemente, pasados los días de asueto nada cambió. Más bien volvió con ganas de depurar su técnica con un ataque a lo banzai, amenazando con tomar por las bravas el poder judicial y silenciar a los medios de comunicación no afines. La partida continuó el día que se citó a declarar como imputada a su señora, colando una segunda carta por el mismo medio con la exclusiva finalidad, no nos equivoquemos, de arengar a los votantes ante la inminente celebración de las elecciones al Parlamento Europeo.
Y, cuando pensábamos que lo habíamos visto todo, aún nos esperaba la traca final. La citación remitida al propio presidente para declarar en dicha causa judicial, en calidad de testigo, no como presidente, sino como esposo, de forma domiciliaria y no por escrito, como así lo había interesado. Pues bien, tras negarse a declarar, a lo que se encuentra facultado, dada la relación marital con la investigada, y considerar indebido el rechazo de su declaración por escrito, amén de entender que se trata de un proceso que busca finalidades totalmente ajenas a las meramente judiciales, se marca una querella contra el juez instructor de la causa por presunto delito de prevaricación, como Presidente del Gobierno, condición en la que no se acordó su declaración, y sirviéndose para ello de una Abogacía del Estado que pagamos todos. Toma ya. Presidentes que hayan declarado en procedimientos judiciales los hay, y varios. Pero que se querellen en su condición contra el juez instructor, ninguno. Recuerden, una vez más, que no hay mejor defensa que un buen ataque. Porque mientras este lio se fraguaba, cada vez de forma más enrevesada y con consecuencias inciertas y peligrosas, se nos coló por la escuadra un pacto fiscal con Cataluña a cambio de la investidura como presidente de Salvador Illa, lo que supondrá un daño sin parangón al resto del Estado. La verdad, es para quitarse el sombreo ante tanta mente preclara, lamentablemente siempre interesada y partidista. En fin, que, entre la Eurocopa, las Olimpiadas y este serial, se nos está quedando un verano de lo más entretenido. Disfrútenlo mientras puedan.