Pero, vayamos al grano, que la paja se la lleva el viento. En estos últimos días se ha formado un gran revuelo a propósito de la anunciada medida del Ministerio de Transformación Digital de crear una aplicación para impedir el acceso de los menores a las páginas webs de contenido pornográfico. La gente empezó rápidamente a hacerse pajas mentales y a correr como la pólvora memes en los que se calificaba la medida de bono porno o, directamente, de pajaporte, porque esta aplicación, que permitirá identificarse como mayor de edad en las webs a través de certificaciones digitales, funciona a su vez como un cupón válido para treinta visitas o entradas al mes. Se trata de una especie de cartilla de racionamiento que, sorprendentemente, a algunos se les antoja corta. Hay que ver como se pone la gente por un quítame allá esas pajas. La verdad, que no entiendo como no hay más personas ciegas y con acné en este país.
Vaya por delante que cualquier medida tendente a proteger a los menores de edad es siempre bienvenida, faltaría más. No queramos ver la paja en el ojo ajeno. Pero, el hecho de resultar de aplicación solo a contenidos online de webs ubicadas en territorio nacional, limita, y mucho, su aplicación. Vamos, que mucha paja y poco grano, porque las principales plataformas de contenido sexual se encuentran ubicadas allende nuestras fronteras, o eso me han dicho. A priori, se le supone un éxito tan exiguo como el del Pasaporte Covid o como el de aquella brillante idea de reducir, de marzo a julio de 2.011, el límite de velocidad en autovías y autopistas de 120 a 110 km/h para ahorrar gasolina. A esto hay que sumarle que la medida plantea serias dudas respecto a la privacidad e intimidad de los usuarios, e incluso en relación con la libertad de empresa, por no hablar de problemas de viabilidad técnica. Pero lo que ha levantado más suspicacias es la posible intromisión ilegítima del Estado que este control puede conllevar en la vida privada de los ciudadanos y, en especial, el uso espurio que pueda hacerse de tales datos. Como ven, una cosa que persigue una finalidad tan noble no está limpia de polvo y paja. Visto lo visto, resultaba mucho más efectivo, práctico e imaginativo, lo de guiñar los ojos para ver, codificada, la película de los viernes por la noche de Canal Plus.
Digo yo, y llámenme antiguo, si no sería más efectivo quitar toda esta la paja y centrarse en fomentar la educación sexual y el uso de las nuevas tecnologías en los sistemas educativos desde edades tempranas, evitando así que la personalidad de los menores pueda verse distorsionada por una visión irreal de las relaciones sexuales, incluso antes de haberse formado debidamente en otros valores esenciales como el respeto a la dignidad humana o a la diversidad y libertad sexual. De paso, también podría dirigirse esta misma formación al ámbito de las redes sociales, donde, con bastante frecuencia, pueden encontrarse mensajes de odio, violencia o comportamientos de lo menos ejemplarizantes que, sin embargo, quedan fuera del ámbito de aplicación de esta medida tecnológica, como también el acceso a páginas destinadas al juego o apuestas que, bajo la apariencia de un mero entretenimiento, se convierte en una peligrosa afición. Está claro que, al mal segador, la paja estorba.
Les pongo un ejemplo que conozco a través de mi buen amigo Francisco Manuel García Costa, más conocido en su reducido ámbito de compañeros bolonios como Paquito Crack. Paco, que, entre muchas otras cosas, es Profesor titular de Derecho Constitucional de la Universidad de Murcia y director de la primera Cátedra de Educación Constitucional en España, ha conseguido, junto a otros compañeros y en colaboración con la Consejería de Educación de la Región de Murcia, poner en marcha, para el próximo curso académico, una nueva asignatura voluntaria que se impartirá en tercero de la ESO bajo la denominación de La Constitución española y la Unión Europea, con la finalidad de que el alumnado pueda adquirir, de forma íntegra y global, los conocimientos necesarios para valorar el sistema democrático y la defensa de los valores constitucionales, así como la identidad de la Región a través de su Estatuto de Autonomía, mejorando a su vez los conocimientos sobre el proyecto europeo. Todo ello, evidentemente, dado el más absoluto desconocimiento que tienen los jóvenes sobre la carta magna, cúspide de nuestro ordenamiento jurídico. Después pretendemos, claro, que la sociedad en general entienda cuestiones de gran calado y relevancia constitucional.
Hay múltiples ámbitos de nuestra vida que requieren de una necesaria transición de lo tradicional a lo digital, eso está claro. Pero ni casa en dos lugares, ni paja en dos pajares. No todo puede servir, como el albardero, para meter paja y sacar dinero, ni que el cambio pueda suponer, como con el mal amigo, cambiar paja por trigo. La educación física, vial o musical, ha formado parte de nuestros años mozos. Quien no ha saltado el potro o ha formado parte del coro del cole. Ahora, con los tiempos que corren, no queda otra que abrir la mente y el abanico formativo a las nuevas realidades para, sirviéndonos de las herramientas de toda la vida, que son las que seguro funcionan, procurar afrontarlas de la mejor manera posible. De poco sirve la prohibición, el control o la represión. Sale más rentable invertir en educación, en respeto o en tolerancia. Siempre será más efectivo el razonamiento, que el racionamiento. Espero que tomen nota los que deciden nuestros designios. Mientras tanto, como decía Torrente cuando apatrullaba la ciudad, «¿nos hacemos unas… certificaciones digitales?».
Sin comentarios
Para comentar es necesario estar registrado en Periódico de Ibiza y Formentera
De momento no hay comentarios.