Una imagen del DJ en su Instagram. | Diplo

Demasiado pronto hemos empezado con las indecencias, el esperpento y los abusos que suelen caracterizar el verano ibicenco. Primero un yate se encaramó en una duna de un espacio protegido como Espalmador y ahora hemos sabido que el indecente DJ Diplo no ha tenido una ocurrencia mejor que ofrecer una sesión de su bazofia electrónica en el ultraprotegido mirador de Es Vedrà. Este último es un ejemplo de la sensación de impunidad con la que campa la chusma que se cree que la isla es suya y que su posición está por encima de la Ley y de los simples residentes que tenemos que aguantar y sufrir a la caterva de fantasmas que inundan este pedacito frágil de Mediterráneo.

La única esperanza es que la administración responsable le imponga la sanción máxima para que a este iluminado no le salga a cuenta volver a montar al aire libre el equipo con el que embota la mente de los zombies que le siguen y convulsionan con su arritmia. Lamentablemente, auguro que ni el Govern ni Sant Josep tendrán el coraje para sancionarlo de manera ejemplar y que algún resquicio legal evitará que DJ Diplo asuma la menor responsabilidad.

Este es sólo el comienzo de un verano que, como los anteriores, estará protagonizado por sucesos tales como robos, peleas y abusos. La certera sensación de que aquí ‘todo vale’ causa un efecto llamada de falsos emprendedores que vienen a hacer el agosto a costa de nuestros recursos y nuestra tranquilidad. Casualmente, la proliferación de este perfil se expande cual tumor en una isla que ya sufre metástasis. No parece que esta situación sea reversible. La excusa de que «aquí se vive del turismo» y por ello tenemos que tragar con todo ya no cuela. El rechazo a este modelo explotará y los que no lo hayan previsto llorarán las consecuencias.