El ministro de transportes, Óscar Puente. | Europa Press - CARLOS CASTRO

Un ogro anda suelto en el gobierno de España. El criado de su puto amo, para más señas, del todo innecesarias por confesadas. El ministro Puente es un espécimen salido de la cloaca de la supervivencia política, donde la cortesía, educación o sentido común carecen de importancia, como si fueran simples malabarismos o fuegos de artificio que debilitan la acción trepadora.

Siempre da la nota orquestada por su capo, que necesita una especie de ejecutor, un matón para amedrentar o insultar –ya sea al que ganó las últimas elecciones o al presidente de Argentina—, al que luego pueda arrojar de nuevo a la cloaca si cambia de opinión por interés personal.

Por supuesto que la figura del matón oficial ha sido usada por todos los gobiernos (juegos psicológicos a lo poli bueno y poli malo), pero Puente, en concordancia con el zeitgeist sanchista que ha llevado la hipocresía a cotas nunca vistas, es el summun de la zafiedad política (por ahora, claro está, que la deriva es monstruosa). Sus insultos y amenazas a un periodista que zumba cual mosca cojonera del poder reflejan una forma de hacer política que mengua la democracia. Ya Napoleón describió a su ministro Talleyrand como una mierda envuelta en media de seda. El emperador corso se educó en el cuartel, pero aprendió las ventajas de la gracia con la criolla Josefina.

Los modos de Puente son más groseros, carece de luces. Pero van en consonancia con el ultra sectario gobierno sanchista, que mezcla la new age de cursis pijiprogres de colmillo venenoso, estajanovistas de la mentira, con toscos primates de garrote cavernícola. Ni luces ni educación, solo importa la devoción por el puto amo. Estos progres son claros enemigos del progreso.