El ministro de transportes, Óscar Puente. | CARLOS CASTRO

Qué tiene que ocurrir para que el presidente del Gobierno decida destituir a Óscar Puente? Lo último que se le ha ocurrido al ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, ha sido insultar a un periodista llamándole «saco de mierda». ¡Chico, qué temperamento! Da igual que Vito Quiles lo sea o no. Eso no lo hace ningún ministro en un país democrático de la Unión Europea. Pero aquí no sólo lo hace, sino que sus colegas socialistas le ríen la gracia. Ya sucedió hace algunas semanas, cuando deslizó con poca sutileza, que el presidente de la República Argentina consumía drogas. A pesar de la catarata de críticas que ese exabrupto cosechó, a derecha e izquierda, desde el PSOE se hicieron los sordos. Días más tarde vino ofreció una débil excusa, como diciendo que, de haber sabido la que se iba a liar, no hubiese dicho lo que dijo. Pero de puertas para dentro del Gobierno de PSOE y Sumar, lo que pareció fue que no sólo se le disculpaba, sino que se le animaba a seguir ejerciendo de maleducado, faltón y mamporrero gubernamental. Estamos ante el ministro que afirma que el presidente Pedro Sánchez es el «puto amo». ¡Qué gracia! ¡Es tronchante! Mirad lo valiente que es, que se atreve a decir lo que nadie más es capaz de decir. Luego esos mismos se mesan los cabellos porque la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, después de que Sánchez vuelva a difamar a su hermano desde la tribuna del Congreso, le llama para sus adentros «hijo de puta». ¡Madre mía! ¡Eso sí que es grave! Y luego viene la vicepresidenta 2ª, Yolanda Díaz, que presume de llevar a cabo la política de los afectos, y manda a la oposición «¡a la mierda!». Esta es la bonita democracia que nos están dejando políticos del nivel tuitero de la barra de cualquier tugurio de carretera. Y pretenden hacer creer que sólo la derecha recurre a los insultos y los bulos.