Los que tenemos cierta edad y nos criamos sin internet, móvil, redes sociales y todas esas mandangas, recordaremos que los partidos de la primera división del futbol español se disputaban los domingos por la tarde a la misma hora. Ya lo decía Rita Pavone cuando cantaba aquello de «los domingos por el fútbol me abandonas, no te importa que me quede en casa sola». Como ha cambiado el cuento en estos años. Ni los encuentros se juegan a la vez ni, afortunadamente, es un espectáculo reservado mayoritariamente al género masculino. Ahora, para que vean en Shanghái un intrascendental Cádiz-Almería, el partido tiene que jugarse a las dos del mediodía, cuando más aprieta el calor y el estómago. La pela es la pela. Si recuerdan aquellos domingos de máxima tensión, les vendrá inevitablemente a la cabeza el programa radiofónico Carrusel Deportivo y, con él, al mítico Pepe Domingo Castaño con su ¡Pepe, un purito! Pipas Facundo, un placer de este mundo. En aquel programa de transistor y radio extraíble tan entrañable podía escucharse, en alguna ocasión, tras unas señales acústicas tipo morse, el inconfundible grito de «gol en las Gaunas», que acabó convirtiéndose en todo un icono por la sorpresa que suponía que pudiera marcarse en aquel siempre embarrado estadio del Logroñés, con el Tato Abadía a la cabeza, más parecido a la ciénaga de Shrek que a un cuidado terreno de juego.
Como en aquel viejo coliseo, en el que el Logroñés ascendió a primera en 1987 de la mano de un Valencia que regresaba también ese año a la categoría reina del fútbol nacional, cada tarde, en la explanada frente al edificio judicial de Sa Graduada, se juegan partidos a cara de perro. Una jauría de chavales, pertrechados con las equipaciones de escuadras de postín, luciendo a sus espaldas los mismos nombres que se acomodan en verano en lujosos yates y villas a nuestro alrededor, revientan sus esféricos contra las porterías imaginarias que crean los pilares de los soportales que dan acceso al edificio, mientras sus progenitores se relajan en alguna de las terrazas aledañas que circundan la improvisada cancha sin importarles nada más que el entretenimiento y diversión de sus retoños. Y está bien que se juegue en la calle, faltaría más. Todos lo hemos hecho y hemos vuelto a casa más de una vez con las rodillas ensangrentadas por el devenir de la batalla o, cuanto menos, con algún roto en el pantalón que tu madre se afanaba en remendar con un parche de aquellos de pegar con plancha que ahora son sinónimo de look socialista.
Pero no todas las ubicaciones son aptas para la práctica de un deporte callejero de tamaño impacto. Se acribillan sin compasión las paredes de un edificio público y, por ende, de todos. No de cualquier edificio, no, sino del destinado, ni más ni menos, a impartir justicia. En su interior, aunque no pudiera parecerlo por su configuración externa, dada la ausencia de los preceptivos rótulos o banderas que lo identifiquen como tal, se vela por los derechos y libertades de los ciudadanos. Allí se encuentran, a todas horas, víctimas de delitos, abogados, trabajadores públicos y personal de limpieza y seguridad que velan por el funcionamiento del servicio de guardia o que custodian el edificio y su inestimable contenido. De hecho, en las cuatro ventanas donde se sitúan estas inusuales porterías se ubica, de izquierda a derecha, una sala amable para la espera por parte de menores de edad y víctimas vulnerables; una sala de mediación para la resolución de conflictos que requieren de la tranquilidad necesaria para poder dialogar; una sala donde se presta el servicio de orientación jurídica a personas sin recursos que buscan acogerse al beneficio de justicia gratuita y, por último, el servicio de asistencia a las víctimas de delitos, donde se recibe a éstas para prestarles la ayuda que requieren.
Mientras se hace uso de estas salas, en sus ventanas enrejadas se escucha un auténtico bombardeo que hace temblar los cristales e incluso daña las baldosas y las rejas de la fachada. Se han destrozado arquetas de luz y hasta una cámara de seguridad y, de paso, hay un collage de estampado esférico en toda la extensión de su ya no tan blanco techo. Si esto les parece serio, venga Dios y lo vea. El equipo de seguridad del edificio está hastiado de tener que salir a llamar la atención sobre un hecho que cae de cajón. Hay un cuarto lleno de pelotas requisadas que llegan incluso a encalarse en el balcón de la segunda planta donde se ubican los dos juzgados de lo penal. No contentos con ello, los encargados de la seguridad del edificio tienen que aguantar como los progenitores de estos particulares Oliver y Benji se las lían parda solo por hacer su trabajo en pro de la salvaguarda del edificio, de sus usuarios y, en definitiva, del conjunto de la ciudadanía. Y, para colmo, esta semana se agredió, física y gravemente, a una trabajadora del servicio de limpieza por recriminar a estos peculiares deportistas su indebida conducta. Lo que faltaba.
Es bueno eso de sacar el deporte a la calle, pero no a costa de sacrificar el patrimonio de la colectividad y de no preservar el respeto que tamaña institución merece. Justo al lado hay una pequeña explanada, no se sabe muy bien con qué finalidad, que se encuentra vallada. Ahí pueden jugar todo lo que quieran. Pero, claro, si se sale algún pelotazo irá a parar contra los clientes de algún establecimiento y entonces la cosa cambia. Eso sí, chutar contra un edificio público y dañarlo mola mazo, que cantaba Camilo Sesto. Qué distinto sería si las paredes que se dañaran fueran las del Ayuntamiento, Consell, hospital o Catedral. Y ojo, que en los pilares puede verse un cartel bien hermoso en el que se indica claramente, con un simbolito para los que todavía no saben leer o son muy cortos, que está prohibido jugar a la pelota, mucho más cuando ésta es de reglamento y se golpea como si no hubiera un mañana. Ni caso les hacen a los carteles.
Se ha solicitado al propietario de este particular terreno de juego que, como en Logroño, se haga impracticable el juego a través de algún elemento que lo imposibilite. No se están pidiendo concertinas ni alambres de espino. No somos tan irrespetuosos, temerarios y violentos como otros. Tan solo cualquier mobiliario urbano que impida el juego. Silencio en el ruedo hasta el momento. Pues nada, que se sigan causando daños que pagamos todos y molestias a quien más hay que proteger. A ver si alguien con los dos dedos de frente necesarios pone fin de una vez por todas a este dislate. Solo entonces, ante tremenda sorpresa, gritaremos aquello de «gooool en las Gaunas».