En Iwo Jima, una pequeña isla del Pacífico, se libró la batalla más sangrienta de la Segunda Guerra Mundial. Tras más de treinta y cuatro días de combate, que dejaron por el camino 6.000 vidas estadounidenses y más de 20.000 heridos, las tropas americanas se hicieron con el control de un punto estratégico de las fuerzas bélicas del imperio nipón. Pero la batalla, más allá de su relevancia estratégica, se recuerda por la icónica instantánea tomada por Joe Rosesthal el 23 de febrero de 1.945, en la que seis heroicos marines, sin importarles exponer sus vidas a las ráfagas de las tropas enemigas, izan la bandera estadounidense en el punto más elevado de la isla, sobre una pedregosa ladera volcánica, en un ejercicio colectivo de patriotismo sin igual. Cuentan aquellos aguerridos soldados que les reconfortaba verla ondear cada noche con el resplandor de los bombardeos, sabedores de que todavía se mantenía en pie y que seguían vivos para continuar con la lucha un día más.

Más allá de la autenticidad de aquella eterna fotografía, cuestionada en más de una ocasión por quien es más de fondo que de forma, la misma muestra gráficamente el sacrificio colectivo por la consecución de un ideal superior y común. Todos arrimando el hombro, sin distinción alguna, en beneficio del conjunto. Algo sencillo, pero que no debe caer en el olvido, sino inspirar la actuación diaria de quienes optaron por ejercer como servidores públicos renunciando a otras formas de vida probablemente más enriquecedoras. No se trata de ideologías o de intereses particulares, sino de la satisfacción plena del interés general, ese concepto jurídico indeterminado tan manoseado en los últimos tiempos, por no decir sustituido por un interés exclusivamente partidista destinado a conservar la poltrona por los siglos de los siglos amén. Como dijera Aristóteles, y me recordó recientemente mi buen amigo Joan Botja, «el todo es más que la suma de sus partes», o tirando de algo más patrio y castizo como Lope de Vega, «todos a una como en Fuente Ovejuna».

Durante los últimos meses he sido testigo de cómo las fuerzas políticas, económicas y sociales, actuando al unísono y de forma coordinada, como aquellos soldados aferrados al mástil de su bandera, son capaces de conseguir lo que se propongan en beneficio exclusivo de la colectividad. Entidades como el Colegio de Abogados y las Cámaras de Comercio, han colaborado en la puesta en marcha y funcionamiento de un servicio de mediación para que los ciudadanos puedan resolver sus disputas al margen de la jurisdicción. El Consell de Ibiza, a través de la Oficina de la Dona, ha sufragado el mobiliario necesario para convertir tres frías salas de un tribunal de justicia en espacios amables para hacer más llevadero el peregrinar judicial de colectivos sumamente vulnerables. La Fundación Conciencia ha ofrecido su colaboración para financiar la elaboración de los informes periciales psicológicos que resulten necesarios en el seno de los procedimientos judiciales en el que un menor de edad sea la víctima, directa o indirectamente. La voluntad conjunta y firme de los jueces de Primera Instancia ha propiciado la existencia histórica de un juzgado especializado en materia de familia que traerá consigo infinidad de beneficios en asuntos tan sensibles y delicados. Se ha alcanzado un acuerdo con los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, a través de sus máximos representantes, para gestionar de forma más efectiva la puesta a disposición judicial de detenidos. El Casino des Moll contribuye de forma desinteresada en la organización de encuentros y charlas para instruir a la sociedad en cuestiones jurídicas de especial relevancia. Diversos representantes políticos se han mostrado interesados en mejorar las condiciones de la Administración de Justicia en nuestras islas, incluida la Dirección Insular, siempre sensible a nuestras necesidades. Entidades de todo tipo y naturaleza trabajando de forma conjunta en beneficio de la colectividad, sin mayores pretensiones o intereses.

No suele reconocerse públicamente este trabajo. De hecho, en la mayoría de ocasiones ni se conoce. Tampoco es que se muestre mucho interés en ello. Es más fácil criticar y decir que aquí todos se miran el ombligo y nutren sus bolsillos. Y no les voy a negar que esto ocurra, pues ejemplos hay a patadas. Pero también existe trabajando en silencio, se lo aseguro, gente honrada, con principios, con capacidad y ganas, que sacrifica su propio tiempo de disfrute personal y familiar por personas a la que ni conocen, por alimentar un ideario de colectividad firme, decidido y enérgico. Personas que, como los soldados de la fotografía de Rosesthal, aúnan sus fuerzas para la consecución de una sociedad mejor, aun a sabiendas de que muchas veces no saldrán en la foto, que el esfuerzo no será agradecido ni pagado y que, como no, siempre habrá enemigos dispuestos a rajarlos a la mínima que se descuiden. Pero éstos, como en Iwo Jima, mientras todos rememos a una, no solo perderán la batalla, sino también la guerra.