El presidente de Argentina, Javier Milei. | Europa Press - A. Pérez Meca

El histriónico presidente Milei ha sacado de quicio al cursi Sánchez al mentar la corrupción de su mujer. Si antes se retiró a meditar cinco días porque un juez osó abrir diligencias para investigar a la doña, ahora fuentes cercanas a Moncloa apuntan a que su puto amo podría llegar a levitar durante un mes. Entre comediantes anda el juego, pero el sainete (¿o es un nuevo lamento del cabrón?, que es como algún duro de oído se refería al tango canalla y sentimental)— se agranda con la retirada de la embajadora española en la Argentina por decisión personal de un Sánchez lamentoso.

Nada que ver con ese altercado en la Casa Rosada, cuando esperaba el embajador Areilza a ser recibido por los Perón. En un momento dado se abrió la puerta del despacho presidencial y pudo escucharse en voz clara: «¡Que pase de una vez ese gallego de mierda!». A lo que el embajador español respondió, bien audiblemente: «Señor, señora, el gallego se va, pero la mierda se queda».

Ya no se llevan este tipo de réplicas ni los embajadores tienen tanta personalidad. Ahora lo que está de moda rabiosamente woke es mostrase como perpetuo ofendido, hacer pucheros, erigirse en víctima. Retiran a la embajadora en una nación hermana cuando esto es un rifirrafe entre presidentes y Sánchez, como indicó Milei, disparó los agravios primero. Luego el sanchismo abundó, con el criado bocazas Puente insinuando que el presidente de Argentina es un drogadicto.    Prenden la pólvora y luego esperan contención, pero a Sánchez solo se le considera el puto amo dentro del sanchismo. Fuera de Moncloa o Ferraz, como es natural, se le contesta.