En esta temporada magnética tenemos hasta aurora boreal. Gracias a las tormentas solares y sus efectos imprevisibles, ya no hace falta irse a navegar a Escocia, aunque siempre pueda acompañarte una botella de whisky. Resulta más agradable navegar por las Margarides y enfilar rumbo norte, escuchar la serenata del tenor Carlos Tur en Portixol y pasar Aubarca para vislumbrar un danzante cielo púrpura a medianoche en la mar color de vino ibicenca.
¿Seguirán estos fenómenos tan raros de observar en las latitudes mediterráneas? Como el Rayo Verde, son maravillas que se regalan al viajero que no sabe adónde va. La leyenda del rayo recogido en una novela de Julio Verne afirma que quien lo admira jamás se equivocará al elegir su amor. Aunque conozco quien cierra los ojos en mitad del clímax de la puesta de sol para evitar tal portento, pues en el amor también es un gusto errar y seguir jugando. Ama y haz lo que quieras.
La incertidumbre añade picante a la vida. Ahora que tenemos programas de inteligencia artificial (aumenta tanto como parece disminuir la natural en algunos bípedos, con lo cual ya no se sabe si el hombre viene del mono o viceversa), ya se presentan oráculos cibernéticos, algoritmos mediante, que auguran con insultante seguridad la fecha de la muerte. Eso era en tiempos clásicos patrimonio de los cíclopes, que se echaban la siesta sabiendo su último día; y seguirá siendo un misterio salvo para los crédulos de las matemáticas, enemigos del libre albedrío, que piensan que el secreto del universo se reduce a un algoritmo cualquiera.
Mejor navegar a placer y dejarse sorprender por las maravillas de la vida.