Llorenç Córdoba. | Moisés Copa

El Manual de Merck, considerado como el mejor libro de medicina de la historia, describe la personalidad narcisista como «un trastorno mental que se caracteriza por un patrón generalizado de sentimiento de superioridad, necesidad de admiración y falta de empatía». Según el mismo manual, los médicos, a la hora de diagnosticar este trastorno, valoran, además, aspectos como «la preocupación por fantasías de logros ilimitados, influencia, poder, inteligencia, belleza o amor perfecto», el sentirse «con derecho» y la explotación de otros «para lograr sus propios objetivos».

Llevo días pensando que Llorenç Córdoba, de cara a la galería, se ajusta bastante a estas descripciones. Se creyó con derecho a unos sobresueldos porque sus problemas económicos eran más importantes que las consecuencias políticas y legales de pagárselos; pensó que él no tenía que tratar los temas de peso con José Alcaraz y Javi Serra sino directamente con la jefa, Marga Prohens, porque él lo vale; está convencido de que, sin su participación, Sa Unió no habría ganado las elecciones ni de coña, y, casi lo peor, una vez que le han pillado, reparte las culpas entre los que no dejan de ser las víctimas de su comportamiento. Qué impotencia se llega a sentir en esa situación…

Córdoba es un gran manipulador que, con capacidad de encandilar a todos y sabiendo que algunos no creían ya sus supuestas bondades, comenzó la legislatura sembrando cizaña. Nadie medianamente inteligente (no confundir con listo) mantendría a día de hoy lo que mantiene el todavía presidente de Formentera. Nadie medianamente sensato seguiría en esa loca huída hacia adelante. Y nadie con auténtica vocación de servicio público habría sumido a una institución como el Consell formenterés en semejante crisis. Ya solo por estas cosas, lo mejor que le puede pasar a Formentera es que desaparezca del panorama político.