Se las prometen muy felices en el entorno de Sánchez ante el desenlace, ya inminente, que atornillará al todavía presidente del Gobierno en funciones por cuatro años más en el poder. Pero no van a ser días de vino y rosas los que se avecinan después de la fumata blanca a punto de flotar sobre el cielo de Bruselas. Puigdemont seguía teniendo la última palabra, tras la interminable reunión con su gente del jueves y la más corta del viernes en un hotel de la capital belga. Manda huevos.
Las perspectivas de futuro son incompatibles con el optimismo pregonado por los defensores del canje «amnistía por investidura» en orden a la España feliz de reconocerse a sí misma en el tiempo feliz que anuncian los teólogos de la Moncloa.
El horizonte es inevitablemente pesimista porque estamos ante una operación de partido carente de consenso político. Deja fuera a la media España no representada en el bloque forjado en torno a Sánchez. Y porque la parte contratante del referido canje, basado en el olvido de los delitos cometidos a cambio de votar a Sánchez en la investidura, no descarta volver a las andadas.
Sostengo que la forzada alianza del PSOE con las fuerzas republicanas y plurinacionales, conjuradas para acabar con el vigente orden constitucional, caminará desde el principio sobre un campo de minas. Así que el desenlace está tan cantado como en la fábula de Esopo estaba el paso de la rana al otro lado del rio con un escorpión de compañero de viaje.
Una mirada pesimista
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