Confesaba Churchill que en su carrera tuvo que comerse muchas palabras, pero que nunca le provocaron indigestión. Claro está que el león británico tenía genio y sentido del humor para reírse de sí mismo y, como era un rara avis –político con cultura—, sabía que la digestión mejora con buena bebida y puros habanos.
Pero ni siquiera una botella de ese brebaje repugnante pero efectivo llamado Fernet Branca solucionaría la indigestión de la próxima presidenta de Extremadura, María Guardiola. Si de verdad pensaba lo que decía de Vox, debería haber presentado su dimisión y entrar en el partido de la avispa zumbona en un país multicolor. Ahora solo queda clara su semejanza con el nefasto Peter Sánchez: o mentirosa compulsiva o extremadamente voluble en sus cambios de opinión.
Ya que los dos principales partidos políticos no llegan a acuerdos entre sí por el bien de España, tienen que pactar con otras fuerzas. De ahí peligrosas cesiones a insaciables nacionalistas y leyes delirantes de efectos catastróficos, de las cuales son los principales responsables sí o sí. El sinsentido podría evitarse con una segunda vuelta o sentido de Estado, pero los partidos son las mayores mafias del Reino y antes que servir, gustan servirse
Así importaron esa aberración llamada corrección política, castradora censura para aniquilar el pensamiento libre y extender el más bajo denominador común, páramo donde se sienten seguros. Y por allí ha patinado la extremeña. En Baleares y Valencia PP y Vox han llegado a acuerdos sin aspavientos, evitando el ridículo de una histeria ideológica que no muestra inteligencia sino puro teatrillo.
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