Confieso que tengo desde el martes una sensación de congoja que hacía muchísimo tiempo que no experimentaba. El fallecimiento de Virginia Marí, Virgi, me golpeó de buena mañana vía Twitter como a tantos otros. Tiene guasa que me enterara por un tuit de Rafa Ruiz. Me imagino que ella, allá donde esté, se tiene que estar riendo.
Honesta, libre, valiente, fuerte… son los calificativos más usados estos días para referirse a ella. En lo político, todos han recordado su paso por la alcaldía de Vila o su etapa en el Parlament. Fue la tercera alcaldesa de aquella esperpéntica legislatura y hasta en el PSOE reconocieron entonces que, en tan poco tiempo, había demostrado que sabía gestionar.
Yo volví a Ibiza en mayo de 2021 y ella fue una de las que me ayudó a salir del atolladero personal en el que me encontraba. Me empujó a volver a creer en mí y en nuestras largas charlas telefónicas fuimos tejiendo un plan con el que pretendíamos cambiar las cosas en aspectos sociales que desde la Administración en general no se gestionan adecuadamente. Teníamos claro que los enfoques eran equivocados, que las campañas no servían de nada y que no existía una visión realista del problema porque, al final, se mezclaban demasiados intereses.
Lo fuimos dejando para más adelante, igual que fuimos aplazando las citas para tomar unas cañas y echarnos unas risas. Y la vida nos pasó por encima en forma de enfermedad.
Virgi era una mujer muy fuerte, es cierto. Como su padre, a veces imponía. Pero en las distancias cortas, también como su padre, era una tía estupenda, empática, sensible y muy divertida. Teníamos, ya les digo, un plan que ahora, como tantos otros planes, se quedará en un cajón y solo recuperaré cuando algo me recuerde a ella. Descansa en paz, amiga.
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