Arte y copa van de la mano en nuestra civilización fáustica, donde Prometeo roba el fuego a los dioses y Jesús obra el milagro de transformar el agua en vino. Hay ascetas formidables que necesitan las privaciones, pero me identifico más con los místicos del Amor: también en la senda de los excesos se llega al palacio de la sabiduría.
Y en estado báquico hice rumbo a la exposición fotográfica del lobo de mar Juan blanco en ese bar artístico que es Can Tixedó. Había cierto perfume de flores malditas, de Baudelaire al ombligo del Eterno Femenino que es omphalos cósmico y refugio de trovadores. Y allí me sorprendió la belleza rebelde de Eleonora cantando tangos canallas y sentimentales, acompañada por la guitarra, notas de tinta roja, de Maximiliano. Ritmos porteños para las imágenes sugerentes de un capitán cuya musa siempre será Estrella de los Mares. Carmen es encanto eterno.
Y a rumbo cambalache arribé al Club Náutico de San Antonio, que celebra medio siglo. La carpa de Mil y una Noches que ha montado el inefable Toni Riera estaba de bote en bote con la voluptuosa fauna pitiusa. Había una muestra de tres generaciones de la saga Hormigo, desde los preciosos bastones de sabina a las monumentales esculturas de olivo y unos bronces poderosos de reminiscencia púnica.
Fueron los navegantes de Cartago quienes plantaron las primeras viñas en Ibiza, también el agudo sentido comerciante fenicio. Y desde entonces el vino es omnipresente en la isla de Bes. Incluso bajo la Media Luna, con el poeta sufí Al Sabini, se cantaba al espíritu de la copa. Y al amparo de María, el vino consagrado es Sangre de Cristo, que nos permite navegar a través del milagro diario en que vivimos.
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