La mejor forma de recuperarse de los excesos es darse un buen baño de mar. Tonifica, da alegría y estimula el chi, esa fuerza vital que los taoístas acumulan para mantenerse a los cien años como viejos niños cachondos e irreverentes y seguir cantando poemas a las tiernas pescadoras a la luz de la luna. En Ibiza y Formentera cada vez es más frecuente observar a bañistas en la mar de invierno. No digo yo que todos emerjan agónicamente de una noche de farra, como peces que boquean por la falta de alcohol en sangre, pero es revelador ese tono azulado y a veces purpúreo hasta que brindamos con un café caleta (lo prefiero al vino caliente y especiado llamado Glühwein de las bárbaras latitudes).
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