La resaca se presentó con cierta saudade y tuve que tirarme al mar. El agua está fría pero limpísima, libre de cremas y aceites que abusan los cetáceos turísticos. La saudade se transformó en morriña y la batucada que atronaba la cabeza cambió a ritmo de dulce calypso. Mientras me secaba al sol y cantaba a lo gran Caruso, llegaron tres invitaciones que muestran la variedad de la Ibiza en invierno. Un brunch en un hotel que pretende estar de moda, yoga y té a la menta en casa de una aspirante a gurú, y la fiesta ancestral de la matanza. No hubo duda alguna y asistí a la tradicional llamada de lo salvaje.
Tradición y fiesta
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