Este viernes 11 de noviembre se volvió a celebrar un año más el Día de las Librerías con el que se pretende impulsar en España el hábito de la lectura y a estos establecimientos como centros donde promover y enriquecer la cultura. Y como cada 11 de noviembre, se me hacen más presentes, si en algún momento dejan de estarlo en mi día a día, la librería Espartaco de Cartagena y mi querido tío Mariano González Mangada, alias Cuervo Ingenuo.
Un lugar muy especial desgraciadamente ya desaparecido, ubicado en el número 18 de la calle de la Serreta, esquina a la calle de La Macarena, que era mucho más que un simple espacio en el que se vendían libros, cuadernos o material escolar o se hacían fotocopias o se encuadernaban trabajos. Creada por la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) fue un referente cultural de la izquierda durante la importante etapa de la transición democrática tras la muerte de Franco y un punto de encuentro de todo tipo de personas sin importar sus credos, sus orígenes o sus puntos de vista.
En muchos aspectos Espartaco fue una adelantada a su tiempo porque según recuerdan muchas crónicas, en los setenta del pasado siglo se podían encontrar libros prohibidos por el régimen franquista y porque con el paso de los años, tras su letrero de humildes letras azules sobre fondo blanco, un cartel invitaba a entrar aunque no fueras a comprar nada. Había sillas simplemente para leer, se potenciaban los actos culturales, se fomentaba el contacto y el intercambio de opiniones entre aquellos a los que les movía la esperanza de otro mundo posible, se celebraban tertulias literarias, se difundían desde libros de poesía a panfletos y carteles del cine club y, sobre todo y lo más importante, todo el mundo era bienvenido y atendido del mismo modo.
Sin embargo, el paso del tiempo que todo lo puede, prácticamente ha borrado su recuerdo y su historia. Hoy, derrumbado el edificio en cuyo bajo estuvo durante tanto tiempo, ya prácticamente nadie recuerda a Mariano y su sonrisa, amabilidad y disponibilidad para echar una mano en lo que fuera necesario.
Hoy, solo los más viejos de lugar recuerdan muy vagamente la librería Espartaco, su puerta de color azul o sus dos escaparates con libros, folletos, revistas o cuadernillos encuadernados a mano ni, por supuesto, su aportación a un tiempo en el que la vida no era tan sencilla como ahora. Tiempos difíciles en los que luchar contra el poder establecido era de valientes, leer según qué cosas podía ser peligroso, escuchar algunas canciones era jugarte el futuro o atender al diferente o al que venía de fuera era arriesgado.
Mariano, Cuervo Ingenuo, murió un 17 de mayo de 1996, pero sigue estando muy presente porque solo se muere lo que nos empeñamos en olvidar. Buena parte de lo que soy se lo debo a este exjesuita que me enseñó a leer cuando las matrículas de los coches empezaban con las letras de los lugares de origen, a diferenciar colores sentado en una terraza mientras pasaban vehículos o a disfrutar con los cómics y la historia. A ese grandullón que en interminables mañanas en un pequeño parque de la calle San Conrado de Madrid me transmitió lo necesario que es ser buena persona, que hay que tratar a los demás como te gustaría que trataran a ti, que decir buenos días o gracias abren cualquier puerta, que nunca jamás debes dejar de luchar por lo que consideras justo y que todos somos iguales y merecemos las mismas oportunidades.
Por eso, muchos días miro el tatuaje de mi muñeca en su honor y me pregunto qué pensaría Mariano de esta sociedad actual que va como va, cuesta abajo y sin frenos. De esta sociedad en la que no conocemos ni al vecino ni nos paramos a ayudar al que tenemos al lado y en la que ser amables es un hecho infravalorado ante un individualismo que cada vez más lo invade todo ante el empuje de las redes sociales o los teléfonos móviles.
Y tras pensarlo durante unos segundos, esa desazón se convierte en esperanza porque me lo imagino sentado sobre una piedra o al pie de un árbol, con su camisa de cuadros, su cigarro recién liado y tomando apuntes en su inseparable cuaderno de notas mientras me dice con una gran sonrisa que hay que tirar para adelante. Que no podemos darnos por vencidos ni nunca desfallecer y que, sobre todo, nunca es tarde para ayudar a los demás ni ser amable porque al final uno recoge lo que siembra.
Y es entonces cuando reparo en que necesitamos muchos más Marianos en nuestra vida y que no solo podemos recordarlos ni aplicar su ejemplo cada 11 de noviembre por más que sea el Día de las Librerías. Cada día es único y ya estamos perdiendo el tiempo.
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