"Ser padre creo que es la cosa más maravillosa que me ha pasado en la vida." | Pixabay

A estas alturas de la película la mayor parte de ustedes saben que soy padre de un niño estupendo de seis años que se llama Aitor. Es, como seguramente decimos todos los padres orgullosos y a los que se les cae la baba, un pequeñajo revoltoso, inquieto, listo, simpático, siempre con una sonrisa en la boca y que, sobre todo se hace querer allá por donde va. Es cierto que, al igual que cuando yo tenía su edad en ocasiones puede llegar a sacar de quicio y acabar con la paciencia de cualquiera es algo de mi propia sangre y no me pidan que les explique por qué pero ya hay algo dentro de mi pecho que late y que suspira por él.

Estoy seguro que, recordándome a mí cuando tenía su edad y como fui cumpliendo años, nos pondrá en mil y un apuros tanto a mí como a su fabulosa madre que es con quien pasa la mayor parte del tiempo. Será ley de vida que haga trastadas, que rompa algún cristal con algún balón o que se le ocurran travesuras como llenar con pan las jarras del agua del comedor como yo hice en su día. Incluso, que le castiguen, que se haga heridas al caerse, que tenga su pandilla con la que se creerá el mejor del mundo o que nos tenga noches en vilo porque tarda en regresar. Y por supuesto, que en algún momento pruebe el tabaco o beba más de lo debido porque no podemos engañarnos y vivir alejados de la realidad.

Por supuesto que todo eso pasará porque yo se lo hice vivir a mi padre y a mi madre. Y aguantaron, me educaron y me enseñaron que en ocasiones era mejor ser empático y dialogante que ir castigando por todo. Ellos hacían la pareja perfecta porque mientras mi madre Julia, cuando la sacaba de quicio total, desarrollaba la velocidad de Flash para desarmar todos los juguetes, mi padre Roberto tiraba de don de gentes, paciencia y mano izquierda para convencerme de cómo cambiar. Solo alguien como él era capaz de decir después de que hubiera estrellado su coche que ya se quedaba tranquilo porque todos los padres tienen que pasar la primera borrachera, el primer polvo y el primer accidente de tráfico de su hijo.

Así que sí, a pesar de todo, ser padre creo que es la cosa más maravillosa que me ha pasado en la vida aunque por detrás me haga el duro. Es genial ver crecer, ver sonreír a este enano o ponerte a pegar cromos con él igual que hacía yo 35 años atrás. Jugar con él a cualquier cosa, ver como aprende todo que le explicas, cómo vemos un partido en la tele, como pintamos juntos o, simplemente como le dice a su lala todo lo que la quiere mientras se preocupa por si esta mala o buena.

Así que, sinceramente, no logro entender que se le pasa por la cabeza a los que deciden acabar con la vida de sus hijos. Hombres o mujeres, mujeres y hombres, porque locuras como estas no distinguen de sexos sino de personas buenas o malas. Yo que siempre creí que la maldad era algo inventado para las películas de terror viendo las noticias poco a poco me voy dando cuenta que está más cerca de lo que pensamos. ¿Cómo se puede ser tan cruel para matar a una criatura, sangre de tu sangre, por el mero hecho de dañar a la otra persona? Les juro que intento meterme en la cabeza de esa gente, intento entender, leer o preguntar como periodista que soy pero no le encuentro explicación y como con todo lo que no entiendo me sobrecoge y me pone los pelos de punta.

Lo mismo que hacer política con este tema. ¿No es suficientemente duro lo que están viviendo las familias, viéndose minuto a minuto, hora a hora, en programas de televisión que intentan sacar como siempre el lado más morboso y más macabro para tener que escuchar como los políticos de nuestro país aprovechan para hacer campaña? Los unos y los otros aprovechan, de manera deleznable, vergonzosa y vomitiva para lanzar sus proclamas y acusar al adversario de ser el peor, de rechazar no se qué y de ser los culpables de todo. Se retratan y demuestran que les importa bien poco la tranquilidad y la situación de esas familias y sí mucho el seguir donde están, ajenos al día a día y a la realidad cotidiana.

Ya habrá tiempo de pensar en las causas, analizar los porqués y ver quien fue el culpable de tan macabro acto pero ahora no es el momento y creo que equivocan la estrategia. Menos mirar si el presunto asesino es de un sexo o de otro y más empatía con los que aquí se quedan con un infierno en vida por delante.

Si de algo sirve esta pequeña reflexión, les pido que por favor dejen descansar a esos niños que no merecían ese triste final, que no perviertan su recuerdo y que salgan durante unas horas de sus burbujas pensando que en muchos casos ustedes también son padres y madres. Como yo y como Lina. Al final ser padres es algo maravilloso que dura toda la vida. Salvo para algunos que no tienen corazón.