Decía el gran Art Butchwald que los economistas son como el fulano que conoce mil formas diferentes de hacer el amor, pero que no tiene el teléfono de ninguna querida a la que invitar a cenar.
Ignoro la vida amorosa de los economistas que, tras el virus de laboratorio y la nueva guerra energética, con su amenaza nuclear de gorro de castor por capricho del supremo oligarca del Kremlin, andan augurando el nuevo colapso financiero. Pero los síntomas y cantos de Casandra arrastran a mucha gente al desánimo y la tristeza, incluso al pecado monástico de morbosa desilusión que es la acedía vital.
En tales momentos de incertidumbre resulta muy sano volver la vista a los clásicos y su bendita educación frente a tanto perpetuo ofendido. El cínico Monsieur de Voltaire dijo algo muy luminoso: «He decidido ser alegre porque es mejor para mi salud».
En Ibiza y Formentera la alegría es más fácil de conquistar. Su naturaleza es el verdadero lujo que resulta del todo imprescindible, eleva el espíritu y aumenta los apetitos sensuales. También los garitos-oasis alejados de estridencias propagandísticas, donde saben tratar a sus clientes y amigos más allá de los meses de temporada. Como sabe el pintor Antonio Villanueva: «Al final todo está bien y, si no lo está, es que no es el final».
Por cierto que Butchwald, después de frecuentar y satirizar los destinos más lujosos del mundo, al final consiguió hacer dinero y ya solo se dedicó a frecuentar a los que deseaba, que nada tienen que ver con los que venden las revistas. Por algo el sentido práctico de los italianos siempre dijo que el dinero no da la felicidad, pero calma los nervios.
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