Tras la exitosa cumbre de la OTAN en el Museo del Prado la estabilidad de occidente ha empezado a tambalearse. Los lapsus y las caídas de Joe Biden auguran una presidencia de poco recorrido, escaso calado y un liderazgo débil frente a la amenaza bélica rusa y la amenaza económica (y tecnológica) china, mientras en Reino Unido el dicharachero Boris Johnson ultima sus días en el 10 de Downing Street tras su dimisión forzada, a la espera de una fumata blanca en los torys que anuncie su nuevo líder.
El último episodio ha ocurrido en Italia, dónde el aclamado burócrata Mario Draghi ha caído de forma inesperada tras la traición de sus propios socios de gobierno (Movimento 5 Stelle, Lega y Forza Italia). El partido que lidera el ex primer ministro Giuseppe Conte (M5S) acabó con el gobierno de unidad nacional al no apoyar un decreto económico entre severas críticas por armar a Ucrania. La Lega que preside el ultraderechista y admirador de Putin, Matteo Salvini, aprovechó la coyuntura para retirar su apoyo a Draghi si los grillini no salían del gobierno, misma postura que adoptó la Forza Italia del inmortal Silvio Berlusconi. Algunos pensaban que el todopoderoso magnate sería capaz de calmar a sus socios del centro-derecha y así evitar la caída de Draghi, pero el amigo íntimo de Putin abandonó la centralidad y el europeísmo para abrazar las teorías populistas y filorrusas que sacuden a Europa en su momento más frágil. Los sondeos auguran un otoño caliente que podría aupar a la radical Giorgia Meloni, desahuciar a los populistas de Conte, hundir a Berlusconi y fortalecer las fuerzas euroescépticas.
Italia y Europa se ahogan bajo los tentáculos de Vladimir, cuando en España la inflación agita un rebufo electoral que augura más confrontación e inestabilidad.
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