No he estudiado psiquiatría -tampoco la ministra- pero tengo memoria, recuerdos, he asistido al nacimiento y educación de una hembra y un macho -mis hijos- y estoy de acuerdo con Freud en que a los cinco, seis años, el ser humano se encuentra en la fase oral y anal. Lo que le llama la atención no es el sexo, sino la parte fisiológica, la sensación de alivio que produce vaciar la vejiga, o el inmenso placer de descargar el contenido del intestino grueso, aunque el protagonista no sepa nada sobre el intestino grueso.
¿Qué les van a enseñar en esos talleres? ¿A cagar y a mear? Porque no hay ningún interés sexual hasta que no llega la pre-pubertad, a los siete años, donde lo que predomina es la curiosidad anatómica, el asombro que causan las diferencias de forma y tamaño de los genitales, pero el interés sobre el mecanismo de la reproducción es el mismo que podrían tener por las funciones hepáticas, si a esa edad supieran lo que es el hígado.
Ni siquiera se justificaría la llamada envidia de pene, porque una psiquiatra alemana, Karen Horney, ya desmontó en el siglo pasado la hipótesis freudiana, y eso que ella se formó con un discípulo de Freud.
Comienzo a sospechar si esta ministra tuvo algún problema en su infancia, si su subconsciente esconde frustraciones por haber practicado el arte de Onán sin habilidad, y cree que eso, que se produce en la pubertad, tuvo lugar a los cinco años. No sé. De cualquier manera, proyectar y colectivizar los problemas íntimos y personales, aprovechándose de la autoridad de un cargo, me parece peligroso. Explicarle a un niño de cinco años que lo que tiene entre las piernas se llama pene y a una niña que se llama vulva y es la puerta de la vagina, me parece la misma tontería contemporánea que explicarle a un alumno de ocho años la ecuación de segundo grado.
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