Hay muchas formas de morir, pero perder la vida tras pasar por un quirófano para remover la grasa de unas zonas de tu cuerpo a otras es, en mi opinión, un sinsentido. También lo es despedirse anclado a una jeringuilla con cualquier tipo de droga, hacerlo al volante de un coche bajo los efectos del alcohol o tirándose desde un acantilado al mar para sentir un chute de adrenalina. Hasta que nos demuestren lo contrario, solo tenemos esta vida y por eso es muy valiosa, tanto como para mimarla, cuidarla y no ponerla en peligro, aunque también es cierto que somos libres de usarla como queramos y si alguien decide que la forma de su culo es tan importante como para someterse a una operación de cirugía estética no seré yo quien le quite la razón.
Personalmente, y tal vez porque he dormido demasiadas noches en hospitales y he asistido a decenas de operaciones a vida o muerte de personas que amo, jamás me metería en un quirófano motu proprio. Puede ser que no lastre ningún complejo o que no tenga tanto afecto a mi cuerpo, pero cada vez que pienso en Sara o en Silvia y en cómo sus voces se han silenciado por algo tan poco importante, se me pone la piel de gallina. Sara no despertó el 1 de enero y una liposucción efectuada con, presuntamente, mala praxis fue su última decisión. Silvia tiene 34 años y se encuentra ahora mismo ingresada en un hospital prácticamente muerta tras una triple operación de cirugía estética. En Miami, en Las Vegas, en Sudamérica o en Turquía los casos de Sara y de Silvia se multiplican por miles ante el incremento de clínicas de bajo coste, más conocidas como chop shops, donde operan sin pudor médicos que pueden no estar certificados ni ser cirujanos. Y en España las cifras no son más halagüeñas. Somos el decimosegundo país del mundo con más personas dispuestas a cambiar su aspecto físico y, según la Sociedad Española de Cirugía Estética y Reparadora, unos 9.000 médicos realizan estas intervenciones sin escrúpulos y sin haber cursado la especialidad. La reina de la corona es la liposucción y cuatro de cada cinco centros estéticos que se anuncian en Instagram no están homologados para realizar operaciones de cirugía estética. Saber cuáles son es sencillo: en medicina huyan siempre de la palabra «oferta».
Pero, ¿de quién es la culpa de esta proliferación de casos? Las redes sociales han tenido un poder demoledor en este incremento de personas, cada vez más jóvenes, que buscan parecerse a lo que muestran sus propios filtros o esas fotos tratadas a golpe de dedo y que reducen, como por arte de magia, sus siniestros michelines. Pero la realidad es que esos no somos nosotros. Lo lamento, pero es que tenemos celulitis y tripa, papada algunas veces, arrugas cuando sonreímos y un trasero hecho para sentarse, para correr, para saltar o para otros menesteres, pero que no para parecerse a un melocotón. Siento también decirles que, aunque nos digan que los 30 son los nuevos 20 y que los 40 son los nuevos 30, no es verdad, y cuidarse, hacer deporte y seguir una dieta equilibrada es el único secreto para mantenernos sanos y, con un poco de suerte y de genética, algo más jóvenes.
Operarse el culo tal vez es lo que más me choca de todo esto, tal vez porque es una parte del cuerpo a la que nunca he prestado mucha atención y que, lingüísticamente nunca ha tenido demasiados adeptos. Algo te queda «como el culo», hay personas con «cara de culo» y, sinceramente, si alguien va a quererte más o menos por su forma es que su cerebro y su corazón no funcionan correctamente. Pero, contra todo pronóstico, esta es una de las cirugías estéticas más populares en Estados Unidos y viene para quedarse. Solo en 2020 hubo 40.320 aumentos de glúteos en el país de los sueños, tanto con implantes como con injertos de grasa, lo que ellos llaman «BBL», cuyas siglas me recuerdan demasiado a las costillas con salsa barbacoa. Se trata también de una de las cirugías más mortíferas. Un informe de julio de 2017 de la Fundación para la Educación e Investigación de Cirugía Estética señaló que esta operación cuenta con el índice de mortalidad más alto del sector y en 2018 la Asociación Británica de Cirugía Plástica y Estética aconsejó dejar de realizarla. No importó: las británicas viajaron para operarse a Turquía o a Sudamérica y se identificaron al menos dos víctimas mortales de inglesas en una clínica de Esmirna.
Solo un dato más; nuestro pandero, pompis, posaderas, nalgas o cachas, como quieran llamarlo, tiene una gran cantidad de vasos sanguíneos y eso hace que este procedimiento sea especialmente peligroso, ya que hay venas que lo recorren que van directas al corazón. Créanme cuando les digo que meter una cánula por ahí no es buena idea…
Así que cuando alguien les diga que de ustedes les gusta todo, «hasta los andares», recuerden que el amor por lo demás y por uno mismo no pasa por un quirófano, sino por algo tan sencillo como aprender a quererse (que es más sano, más barato y menos peligroso).
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