La primavera ha llegado a la isla de la mano del calor y del verde de los campos. Parece que después de haber estado todo el invierno hibernando durante los días lluviosos y fríos, ahora empiezan a brotar las semillas que estuvieron enraizándose durante los meses de temperaturas más bajas. Los campos están más coloridos, las plantas cambian su follaje, vuelven los bichitos, los pájaros cantan por las mañanas, los animales salen de sus madrigueras...
De la misma forma que el entorno cobra vida y va hacia afuera, las personas queremos salir porque el buen tiempo invita a ello. Quien tenga hijos, sobrinos o primos pequeños habrá observado que en este momento están más movidos y tienen más ganas de jugar y de hacer actividades al aire libre. Incluso a veces están más nerviosos, gruñones o enfadados.
Los días son más largos y como hay luz, pueden continuar divirtiéndose hasta que se haga de noche porque, ¿Cómo se van a ir tan pronto a dormir si todavía es de día?
Sin embargo, como descansan menos y hacen más actividades, terminan los días agotados. Esto implica que al día siguiente se levanten cansados y tengan que continuar con su día a día de clases como si nada hubiera sucedido. Porque aunque se atrasa el horario vespertino, por las mañanas se siguen levantando a la misma hora que en invierno.
Durante las clases se observa que a los alumnos les cuesta más concentrarse y se abstraen fácilmente de lo que se hace en el aula. Por tanto, en este último mes lectivo, es complicado que aprendan contenidos nuevos que nunca han visto anteriormente porque hasta a nosotros como adultos nos cuesta. Las últimas clases del curso deberían centrarse en actividades dinámicas que impliquen desarrollar otros tipos de aprendizaje que durante el año no se han trabajado. Total, el pescado ya está vendido.
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